Verdad y compasión.

Varios/Otros


Cierto devoto anhelaba ardientemente sentir la verdadera compasión.

Efectivamente experimentaba piedad por los hermanos que sufrían, entretanto, cuando algunos de ellos se lanzaban en el desespero, cayendo en la delincuencia, helo transferido a la rebeldía, recetándoles reprimenda y punición.

Después de eso, al saberse instrumentos de más angustia para aquellos que cayeron en la vida bajo el fardo de pruebas muy difíciles de cargar, entraba en el remordimiento, lastimando a su propia incomprensión.

Desolado consigo mismo, procuró un orientado espiritual y le preguntó:

-Sabio amigo, ¿qué hacer para sentir la compasión, aprendiendo a guardarla sin perderla?

El interrogado reflexionó largamente y respondió:

-Hijo, nadie consigue asimilar la compasión sin pasar por la verdad.

-¿Por la verdad? –exclamó el consultante. – La verdad es amarga y, a veces, nos agrede usando un chicote entretejido de hiel.

El mentor, no obstante insistió:

Aunque con semejante interpretación, la realidad está en lo que te digo. Vuelve a la intimad de tus meditaciones y ruega al Señor para que la verdad te pueda instruir.

El devoto regresó al hogar y por veces y veces rogó a los Cielos para que la verdad lo esclareciese.

Transcurrido mucho tiempo, en una noche tranquila, se vio fuera de su propio cuerpo, notando que una extraña luz le bañaba el entendimiento.

Caminó dentro de la casa y encontró al propio padre, igualmente fuera de la vestimenta física, registrándole el cambio. No era él el ciudadano maltratado por el tiempo, que soportaba las luchas domésticas con aparente tolerancia.

Se mostraba como un hombre sediento de libertad, hablándole con aspereza de las pasiones que ocultaba por disciplina.

Inmediatamente después, se cruzó con su genitora, en la forma espiritual, y no vio en ella a la pastora dedicada que conducía la familia con palabras de amor y bendición. Se presentaba como una bella y sufrida mujer, que se decía cansada de cautiverio e ingratitud.

Quiso ver a los dos hermanos con los cuales compartía la morada y les notó la diferencia. Le surgían, ahora, en aquellas circunstancias, en la condición de un rapaz portador de un semblante sombrío y de una sofisticada niña, extremadamente indignados contra las directrices y costumbres de aquellos que le servían de padres.

Asombrado, se arrojó a la vía pública y reconoció que todas las personas, en tránsito, usaban el cuerpo a la manera de una máscara, por detrás de la cual se escondían.

Los supuestos hombres y mujeres, buenos y malos, jóvenes y viejos, las personas consideradas correctas y las que se habían clasificado como delincuentes, estaban bajo disfraces y todos arrastraban problemas y dificultades, enfermedades e indecisiones.

En ese momento, retornó a su propio cuerpo y experimentando la verdadera compasión, oró en lágrimas:

-¡Dios de Bondad, compadécete de nosotros, porque, en la Tierra, todos nosotros somos tus hijos necesitados!

Enseguida, observándose transformado para siempre, reunió a los familiares y les contó lo sucedido.

Los parientes atentos lo miraban sonriendo, pero nadie lo creyó.

* Cede minuto del tiempo de que dispongas o algo de lo que posees para disminuir el frío de la penuria y la fiebre de la aflicción.


Meimei - Francisco Cándido Javier. Palabras del corazón.

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