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Omraam M. Aivanhov El rojo y el blanco.
En el primer dÃa de primavera de cada año, es costumbre en casi todos los paÃses eslavos, y particularmente en Bulgaria, llevar en el ojar dos borlas, una roja y otra blanca. Es una costumbre muy antigua, cuyo origen nadie conoce. Pero las bolas rojas y blancas son sÃmbolos alquÃmicos muy profundos.
En ciertos libros de alquimia encontraréis alusiones al hombre rojo y a la mujer blanca, los cuales también aparecen representados por el sol (el hombre) y la luna (la mujer). Entre los metales, el oro corresponde al sol y la plata a la luna. En los tratados de los alquimistas siempre hay dos puntos que éstos nunca precisaban: la materia a partir de la cual debe realizarse la Gran Obra y el grado de calor. De esta materia, a la que llaman con nombres muy diferentes y a menudo raros - latón, oropimente, hierro, magnesio, escupitajo de la luna, leche virginal, mineral -, sólo nos dicen que se compone de dos elementos y que en el momento en que empiezan a cocer - tampoco dicen a qué grado de temperatura - es cuando hay que comenzar el trabajo.
El inicio de este trabajo de alquimia debe tener lugar en una época bien determinada: cuando el sol entre en la constelación de Aries, es decir, en los primeros dÃas de primavera, y la luna en la constelación de Tauro. Este es el momento propicio para empezar el trabajo alquÃmico... ¿Por qué? Porque el sol está exaltado en Aries y la luna lo está en Tauro. El sol es masculino y activo, y la luna femenina y pasiva. Al hombre le corresponde el color rojo y a la mujer el blanco. En este caso las borlas roja y blanca son el sÃmbolo de los dos principios masculino y femenino que trabajan en la naturaleza.
Según los alquimistas, este trabajo que hay que empezar al principio de la primavera permite obtener el polvo rojo que trasmuta los metales en oro, y el polvo blanco que los trasmuta en plata.
¿En qué otro lugar encontramos también estas dos borlas? En la sangre: los glóbulos rojos y los glóbulos blancos, y también en el huevo, con una tonalidad ligeramente diferente: el blanco y al amarillo. Ya lo veis, al llevar estas borlas rojas y blancas, vosotros también os convertÃs en alquimistas, aunque de forma inconsciente, porque todavÃa no sabéis transformar los metales innobles, que están en vuestro interior, en oro y plata. Sólo mediante el amor y la sabidurÃa puede hacerse esta transformación. La transmutación de los metales en oro y plata es un proceso de alquimia que tiene que realizarse en los tres mundos, y no sólo en el plano fÃsico. Para transformar los pensamientos en plata hay que utilizar la luz de la sabidurÃa; y para transformar los sentimientos en oro hay que utilizar el calor de la amistad.
Para los alquimistas, la entrada del sol en la constelación de Aries tiene una importancia capital, porque es la época en que el sol, principio masculino, trabaja sobre el principio femenino, la tierra, que recibe sus rayos, los absorbe y empieza a producir hojas, flores, y frutos. La primavera es, pues, la piedra filosofal, la vida que rejuvenece a toda la naturaleza. El fuego del sol actúa sobre la materia prima - la tierra -, para insuflarle la vida. Este es el sÃmbolo alquÃmico de la primavera. Durante el invierno la tierra está frÃa y desierta, pero después de cierto tiempo de «cocción» de la materia, aparecen todos sus tesoros.
Los alquimistas han observado y comprendido cómo trabaja la naturaleza transformando y transfigurando todo lo que estaba muerto; y asà lo que era mate y oscuro se convierte en algo vivo, hermoso y coloreado. ¿Por qué se celebra precisamente en primavera la fiesta de la Resurrección? Porque la Pascua también es un sÃmbolo alquÃmico... En primavera la naturaleza posee una vitalidad acrecentada, todo revive; los eruditos, que han estudiado estas leyes, han descubierto que en el hombre se produce el mismo fenómeno. Porque en el hombre también encontramos el sol, la luna, la vegetación, etc... y todo en él también puede transformarse y revivir como en la Naturaleza, y a veces incluso mucho más rápidamente.
Vuestro propio organismo transforma cada dÃa cantidad de materiales en oro y plata, es decir, en glóbulos rojos y glóbulos blancos. Y, ¿cuál es la materia prima? La encontramos en la naturaleza bajo cuatro formas diferentes: fuego, aire, agua y tierra. Al introducir en vuestro organismo la luz, el aire, el agua y el alimento, fabricáis oro en vuestro interior. La prueba de que eso es asà está en que llegáis a moveros, a actuar, a hablar; en cierta manera también sois unos alquimistas, porque sois capaces de mantener y prolongar vuestra vida continuamente.
Al principio el oro existe en estado Ãgneo. Hermes Trismegisto dijo: «El sol es su padre, la luna es su madre, el viento lo ha llevado en su vientre y la tierra es su alimento». El sol es quien produce el oro, cada uno de sus rayos es de oro, y la luna es un reflejo de este oro. A través del aire los rayos del sol llegan hasta el interior de la tierra y allà se condensan, convirtiéndose en este metal llamado oro. Asà pues, el sol produce oro etéreo y la tierra lo condensa. El oro es demasiado volátil para que se fije sobre el sol, sólo puede hacerlo en las entrañas de la tierra. Esta es la que proporciona los materiales que le permiten su fijación. Por este motivo tenéis que acostumbraros a contemplar el sol y pensar: «Es oro », y poco a poco este oro se depositará en vuestro interior.
De vosotros depende que el sol se expanda para distribuimos todos sus tesoros. Cuento más amor manifestéis al contemplar el sol, más partÃculas de oro recogeréis bajo la forma de luz, de admiración, de alegrÃa, de paz, de salud, de actividad, de fuerza. Si a veces los alquimistas llaman «hierro» a esta materia prima, es para demostrar que puede proporcionar mucha fuerza y dinamismo.
Antes de llegar al color blanco y rojo, los alquimistas dicen que la materia debe pasar por el negro. Este color es como un túnel antes de regresar al dÃa, es como el invierno, un perÃodo de preparación. Lo que sucede es que los alquimistas representan este estado de la materia por medio de un hombre muerto al que llaman «el cadáver tenebroso» ; esta materia debe morir y pudrirse, y de este estado de putrefacción y negrura sale el blanco y después el rojo, Jesús dijo:
«Si el grano no muere al ser depositado en la tierra permanecerá solo; si muere, dará muchos frutos». Al negro por el que debe pasar la materia prima también se le llama «cuervo»; cuando esta materia se vuelva blanca se la llama la paloma de Diana, y cuando se vuelve roja, se le llama el fénix. El fénix representa el estado definitivo de la materia prima. Entre el blanco y el rojo pasa por otros colores: el verde, el violeta, etc... y el conjunto de estos colores intermedios es conocido como la cola del pavo real. Pero no nos detengamos en el estudio de los colores, de lo contrario entrarÃamos en demasiados detalles, los cuales no os serÃan de ninguna utilidad.
La vida de los Iniciados, de los grandes Maestros y de los salvadores de la humanidad también debe pasar por las mismas fases de la materia que utilizan los alquimistas en sus trabajos. Estos seres deben morir para resucitar. Por este motivo, Jesús, que fue crucificado y resucitó, es el sÃmbolo de la piedra filosofal. Por otra parte, los alquimistas consideran que en las Escrituras todo es alquimia, para ellos todos los relatos que contienen corresponden a las fases de la Gran Obra. Por ejemplo, la masacre de los Santos Inocentes por parte de Herodes : Nicolás Flamel considera que la manera cómo arrancan los soldados a los niños del seno de sus madres para derramar su sangre, es simbólico; dice que esta sangre está depositada en una copa donde se bañan el sol y la luna. Cada alquimista escogÃa un pasaje de las Escrituras para simbolizar las fases de la Gran Obra.
Algunos escogieron el sueño en el que Daniel ve cuatro bestias salir del mar; otros, la estatua hecha de oro, plata, bronce, hierro y tierra cocida que Nabucodonosor vio en sueños; otros, el pasaje en el que Eliseo cura a Naamon de la lepra, ordenándole sumergirse siete veces en el Jordán.
En toda la Biblia encontramos fragmentos que pueden ser interpretados como sÃmbolos de la Gran Obra alquÃmica, e incluso ciertos acontecimientos vitales pueden interpretarse de esta manera. Cuando os calumnian, por ejemplo, os volvéis negros, pero luego los acontecimientos cambian y sois lavados de estas calumnias, - es el color blanco -, y más tarde resucitáis y empezáis a comer los frutos maduros de vuestro trabajo, - es el color rojo -.
No os hablo de alquimia para empujaros a fabricar oro, porque esto no deberÃa importaros, sino para que os maravilléis del trabajo de la naturaleza. Estudiadla, observad todos los fenómenos que se producen en ella y veréis cómo se enciende la luz en vuestro interior. Vosotros bebéis el elixir de la vida inmortal si contempláis cada mañana la salida del sol; también lo podéis encontrar en el aire, en las plantas, en las piedras...
TodavÃa querrÃa añadir algunas palabras en relación con el significado de las dos bolas rojas y blancas, pero no sé cómo me interpretaréis.
En el trabajo alquÃmico, la materia, que primero es blanca, se vuelve roja; la mujer es blanca, mientras que el hombre es rojo. Para esta demostración los alquimistas invertÃan las cosas, pues en el plano fÃsico el hombre corresponde al blanco y la mujer al rojo; el blanco incandescente corresponde al sol y el rojo a la tierra. Antaño, en ciertos paÃses existÃa una costumbre que quizás alguno de vosotros conozca. El dÃa siguiente a la boda, el recién casado tenÃa que asomarse a la ventana mostrando a todos sus parientes y amigos un lienzo que probara que su joven esposa era virgen. Entonces todos aplaudÃan y cantaban. En la unión de los dos esposos aparecÃan los colores rojo y blanco: para el hombre, el blanco, y para la mujer, el rojo. Pensad lo que queráis, yo no tengo nada que ver en esto, es la naturaleza la que hace que las cosas sean de esta manera...
Por consiguiente, cuando los alquimistas hablan del hombre rojo y de la mujer blanca, invierten voluntariamente los sÃmbolos y yo os diré por qué. En otro tiempo, los Iniciados escondÃan de esta manera las verdades más profundas. El encuentro del hombre y la mujer señala el principio. ¿No os parece algo maravilloso? El nacimiento de un niño es uno de los acontecimientos más extraordinarios que puedan existir.
La primavera es la unión del sol y la tierra, el inicio del trabajo. En primavera la naturaleza da a luz muchos niños. Sin el padre, el sol, la madre no puede producir frutos. Todos estos fenómenos que se manifiestan en el cosmos, los encontramos también en la vida interior del hombre. Ahà el alma es la esposa, y el espÃritu el esposo. El primer dÃa de primavera el alma debe decir: «Me abandono al EspÃritu Divino », y entonces ella será fertilizada. Pero si rechaza abandonarse a él no sucederá nada, y seguirá siendo estéril.
En primavera la tierra se abre a los rayos del sol, pero este proceso cósmico de fertilización se repite en todas partes. El EspÃritu también os dice: «Abrete », a fin de que podáis recibir su sabidurÃa y su amor, pues el EspÃritu de Dios puede fertilizar vuestra alma como los rayos del sol fertilizan la tierra. Sin embargo, no es fácil atraer al EspÃritu. En los Evangelios se dice: «El viento sopla donde quiere, tú oyes su voz, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». El EspÃritu se detiene en aquella alma que está preparada para recibirle con más respeto, amor y devoción. Cuando el EspÃritu desciende sobre esta alma, nace el Niño-Cristo; es la piedra filosofal con la cual los Iniciados hacen maravillas. Para recibir al EspÃritu, el alma tiene que ser como una joven que ha aprendido cuáles son los gustos del prÃncipe al que quiere atraer con su actitud, sus miradas, su sonrisa. Para recibido, el ser humano tiene que convertirse en. una mujer... y ¿qué es una mujer?
Es el arpa eólica que vibra al más ligero soplo del viento. La mujer, el alma, es un arpa; el hombre, el espÃritu, es la mano que acaricia las cuerdas.
Los Apóstoles recibieron al EspÃritu Santo porque, en su alma, se habÃan convertido en mujeres que trabajaban con respeto y devoción. Además, esto que os digo también es válido para el plano fÃsico. Las mujeres sólo tienen éxito con los hombres cuando actúan como verdaderas mujeres. Los atraen porque ellos son positivos y ellas son receptivas. Un hombre nunca querrá un marimacho... A no ser que se trate de algún sabio, como Sócrates, que busca una Jantipa para ejercitarse. Para trabajar, para ejercitarse, ciertos sabios aceptan este tipo de mujer. Pero los espÃritus de lo alto no las aceptan, sino que se dirigen hacia las verdaderas mujeres, es decir, hacia las almas llenas de confianza, de amor y de adoración. Aquél que no sepa polarizarse y convertirse en mujer con relación al EspÃritu, seguirá siendo estéril.
Durante siglos, milenios, la esterilidad de una mujer ha estado considerada como un signo de maldición. Esta forma de comprender la esterilidad proviene en realidad del conocimiento de cuestiones mucho más profundas. Si la tierra es estéril, se convierte en un desierto... Si el alma es estéril, el ser humano ya no se sentirá inspirado. Por lo tanto si la mujer, nuestro principio femenino, es estéril, si el alma es estéril, no habrÃa creación alguna bajo ninguna forma. En el Génesis se dice: «Creced y multiplicaos», y casi siempre se ha interpretado esta fórmula como un consejo concerniente sólo al plano fÃsico, a la procreación de niños. No; este consejo atañe igualmente al alma humana, que debe ser fértil para dar a luz espléndidos anhelos y estupendas inspiraciones.
Lo esencial es comprender la lección de la naturaleza. La tierra se abre al sol durante los primeros dÃas de la primavera. El hombre también debe abrir su alma y sentirá una alegrÃa que no habÃa experimentado hasta ahora. Si no siente esta alegrÃa cuando la naturaleza está completamente abierta y trepidante, si no se siente penetrado por los rayos del sol espiritual como la tierra es penetrada por los rayos del sol fÃsico, entonces no ha comprendido el significado de la primavera.
Todo lo que os explico pertenece a las grandes verdades eternas, pero lo expreso con la ayuda de los medios de que dispongo. Los conservo porque son claros, simples y evidentes. Más tarde, cuando leáis libros que tratan de los mismos temas, quizás os preguntéis cómo he podido explicar de una manera tan sencilla cuestiones que son presentadas por otros autores de una manera realmente complicada y abstracta...
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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