El experimento más fallido de la historia.
Varios/Otros
Llevado a cabo hace más de cien años, el experimento del éter fue llamado según los dos
científicos que lo diseñaron: Albert Michelson y Edward Morley. El único propósito del experimento Michelson-Morley era determinar si en verdad existía o no el misterioso éter del universo. El tan esperado experimento (concebido para verificar los resultados de otro similar llevado a cabo en 1881) era la comidilla de la comunidad científica que se había reunido en 1887, en el laboratorio de lo que es ahora la Universidad Case Western Reserve.
A final de cuentas, tuvo consecuencias que ni siquiera las mentes más brillantes de finales del siglo XIX hubiesen podido concebir.
La idea tras el experimento era por lo menos innovadora. Si el éter en verdad existía, razonaban Michelson y Morley, debería ser una energía que estuviera en todas partes, inmóvil y estacionaria
Y si esto fuera cierto, entonces el pasaje de la tierra a través de este campo en el espacio debería crear un movimiento que pudiera ser medido. Al igual que podemos detectar el aire cuando pasa por los vastos campos de trigo dorado en las planicies de Kansas, también deberíamos poder ser capaces de detectar la "brisa" del éter. Michelson y Morley llamaron a este fenómeno hipotético el viento del éter.
El piloto de cualquier avión estaría de acuerdo con que cuando una aeronave vuela a favor de la corriente atmosférica, el tiempo para llegar de un lugar a otro puede ser mucho más corto.
Sin embargo, cuando el avión está volando contra el flujo, se convierte en un vuelo difícil, y la resistencia del viento puede añadir horas de vuelo. Con estas metáforas en la mente, Michelson y Morley razonaron que si pudieran fotografiar un rayo de luz en dos direcciones simultáneamente, la diferencia en la cantidad de tiempo que le tomaría a cada rayo llegar a su destino, debería permitirle a los investigadores detectar la presencia y el flujo del viento del éter. A pesar de que la idea del experimento era buena, los resultados sorprendieron a todo el mundo.
El punto básico es que el equipo de Michelson y Morley no detectaron el viento del éter. Al haber descubierto lo que parecía como la ausencia del viento, los experimentos de 1881 y 1887 parecían llegar a la misma conclusión: el éter no existe.
Michelson interpretó los resultados de lo que fue llamado por la prestigiosa publicación American Journal of Science: "el experimento más afortunadamente fallido" de la historia: "Se ha comprobado que el resultado de la hipótesis del campo de un éter estacionario es incorrecto, y la conclusión necesaria que se desprende es que la hipótesis es errónea."
Aunque el experimento puede haber sido descrito como "fallido" respecto a comprobar o no la existencia del éter, en realidad demostró que el campo del éter podría no comportarse según los científicos suponían al principio. No porque no se hubiera detectado un movimiento significaría que no existía el éter. Una analogía sería colocar el dedo índice arriba de su cabeza para ver si hay viento: un equivalente aproximado a la idea tras las conclusiones del experimento de 1887 sería concluir que el aire no existe porque usted no sintió la brisa durante la prueba.
Al aceptar este experimento como prueba de que el éter no existe, los científicos modernos están operando bajo la suposición de que las cosas en nuestro universo ocurren de forma independiente. Aceptar que lo que un individuo hace en una parte del mundo está completamente desconectado de otras áreas, y no tiene efecto en nadie que se encuentre a medio planeta de distancia. Sin duda, este experimento se ha convertido en la base de una visión mundial que ha tenido profundo impacto en nuestras vidas y en la tierra. Como consecuencia de esta manera de pensar, gobernamos nuestras naciones, energizamos nuestras ciudades, probamos nuestras bombas atómicas, agotamos nuestros recursos, creyendo que lo que hacemos en un lugar no tiene impacto en ningún otro. Desde 1887, hemos basado el desarrollo de toda una civilización bajo la creencia de que todo está separado de todo, ¡una premisa que experimentos más recientes han sencillamente comprobado como falsa!
Hoy, más de cien años después del experimento original, nuevos estudios sugieren que el éter, o algo parecido, sí existe, sólo que no aparece como Michelson y Morley lo habían supuesto. Creyendo que el campo debía ser estático y que debería componerse de electricidad y magnetismo, al igual que las otras formas de energía descubiertas a mediados de los años 1800, buscaron el éter como si se tratara de una forma convencional de energía. Pero el éter está lejos de ser convencional.
En 1986, Nature publicó un informe sin pretensiones sencillamente titulado: "Relatividad especial."
Con implicaciones que estremecen por completo la base del experimento Michelson-Morley, así como todo lo que creíamos sobre nuestra conexión con el mundo, describe un experimento realizado por un científico llamado E. W. Silvertooth que había sido patrocinado por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Duplicando el experimento de 1887 (pero con equipos mucho más sensibles) Silvertooth informó haber detectado un movimiento en el campo del éter. Además, estaba relacionado con precisión con el movimiento de la tierra a través del espacio, ¡como había sido vaticinado! Este experimento, y otros desde entonces, sugieren que el éter existe de verdad, como lo sugirió Planck en 1944.
Aunque experimentos modernos siguen indicando que el campo está ahí, podemos estar seguros de que jamás volverá a ser llamado "éter". En los círculos científicos, la pura mención de la palabra conjura adjetivos ¡que van desde "pseudociencia" hasta "disparates"!
La existencia de un campo de energía universal que impregna nuestro mundo ha sido concebida en términos muy distintos: los experimentos que comprueban su existencia son tan recientes que todavía no se ha escogido un nombre en particular. Independientemente del nombre que decidamos asignarle, definitivamente existe algo. Conecta todas las cosas en nuestro mundo y más allá de él, y nos afecta de formas que apenas estamos comenzando a comprender.
¿Cómo puede entonces haber ocurrido algo así? ¿Cómo es posible que no hayamos descubierto antes una clave tan poderosa para comprender cómo funciona el universo? La respuesta a esta pregunta se reduce a la cuestión básica de la cruzada que ha creado la controversia más intensa y el debate más acalorado entre las grandes mentes de los dos últimos siglos, una disputa que continúa hoy en día. Todo es cuestión de cómo nos vemos en el mundo y nuestra interpretación de esa perspectiva.
¡La clave es que la energía que conecta todas las cosas en el universo también es parte de aquello que conecta! En vez de concebir al campo como separado de la realidad diaria, los experimentos nos dicen que el mundo visible de la materia se origina como el campo: es como si la manta de la Matriz Divina se extendiera sutilmente a través del universo, y muy de vez en cuando se "arrugara" aquí y allá en una roca, árbol, planeta, o persona que reconocemos. A fin de cuentas, todas estas cosas son simplemente ondas en el campo, y este giro, sutil pero poderoso, en la manera de pensar, es la clave para tener acceso al poder de la Matriz Divina en nuestras vidas. Para hacer esto, no obstante, debemos comprender por qué los científicos de hoy en día ven el mundo como lo ven.
Extracto de La Matriz Divina.
Gregg Braden.
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