Advertencia sobre la índole humana y la Vida Buena. IV

Varios/Otros


No conviene que los hombres inestables e incultos pongan a prueba a los hombres que viven razonablemente. Tales son los hombres aceptados por Dios: los que callan mucho, o bien hablan poco y de cosas necesarias y gratas a Dios.

El que persigue la vida virtuosa y amante de Dios, cuida las virtudes del alma y las considera como su propia posesión y su eterno regocijo. Se sirve de las realidades temporales, según le es permitido y como Dios da y quiere: las usa con toda alegría y gratitud, aunque observando absolutamente en todo su justa medida. Los manjares suntuosos dan placer a los cuerpos en cuanto a realidades materiales, mientras que el conocimiento de Dios, la continencia, la bondad, la beneficencia, la piedad y la humildad deifican el alma.

Los poderosos que fuerzan con su mano a ejercer actos equivocados y dañinos para el alma no tienen, sin embargo, ningún dominio sobre el alma misma, que ha sido creada como dueña de sí misma. Ellos atan el cuerpo, pero no la voluntad: el hombre razonable es su dueño, gracias a Dios, su Creador. De este modo, éste es más fuerte que toda autoridad, que todo sometimiento y que toda potencia.

Los que consideran como una desgracia la pérdida de las riquezas, de los hijos, de los siervos o de cualquier otro bien, sepan que, primero, hay que sentirse contentos con lo que Dios nos da, y luego, cuando hay que devolverlo, esto debe ser hecho con prontitud y generosidad. Y no debemos enojarnos por esta privación o, mejor dicho, por esta restitución, puesto que hemos hecho uso de cosas que no son nuestras y que debemos restituir.

Es obra de hombre de bien no malvender nuestro libre juicio para atender la adquisición de riquezas, aun si, por casualidad, nos encontráramos con una gran cantidad de las mismas. Las realidades de esta vida son similares a un sueño y la riqueza no ofrece más que apariencias inciertas y efímeras.

Quienes son verdaderamente hombres, tienen un celo tal de vivir según el amor de Dios y la virtud, que su conducta virtuosa resplandece sobre los otros hombres Así como sucede cuando se coloca un detalle púrpura sobre las partes blancas de los vestidos para adornarlos y se destaca, poniéndose en evidencia, es así como los hombres deben practicar con máxima y evidente solidez las virtudes del alma.

Los hombres deberán examinar la fuerza que poseen y de cuánta virtud interior disponen. Y así se prepararán y resistirán a las pasiones que los asaltan, de acuerdo con la fuerza que tienen y conforme con la naturaleza recibida como don de Dios. Por ejemplo contra la belleza y cualquier concupiscencia perjudicial para el alma, existe la continencia; frente a las fatigas y a la indigencia, está la constancia; frente a los insultos y el furor, está la paciencia; y así en adelante.

Es imposible para el hombre volverse bueno y sabio en un instante: esto se logra con un fatigoso ejercicio, un modo de vida oportuno, experiencia, tiempo, práctica y un gran deseo de obrar el bien. El hombre bueno y amante de Dios, el hombre que verdaderamente conoce a Dios, no cesa de hacer lo que agrada a Dios, sin poner límites. Pero de tales hombres hay pocos.

No deben las personas poco dotadas, desesperando de sí mismas, descuidar la vida virtuosa y dedicada a Dios, despreciándola como inaccesible e inalcanzable para ellas. Por el contrario, ellas deberán ejercitar su fuerza y preocuparse por sí mismas. Puesto que, aunque no pudiesen alcanzar el máximo de la virtud y de la salvación, con el ejercicio y el deseo de lograrlo se volverán mejores, o por lo menos, no peores; y éste es un beneficio no pequeño para el alma.

El hombre, por su parte racional, está unido a la inefable y divina potencia, mientras que su parte corporal está emparentada con los animales. Y son pocos los hombres perfectos y razonables que se preocupan de tener un pensamiento acorde con su parentesco con el Dios Salvador que se manifieste mediante las obras y la vida virtuosa. Los más, sin embargo, dentro de la necedad de su alma abandonan ese divino e inmortal parentesco, para acercarse al de la muerte, infeliz y efímera, propia del cuerpo. Como los brutos, tienen sentimientos carnales y son afectos a la voluptuosidad; de tal modo se alejan de Dios y arrastran el alma desde el Cielo hasta el Infierno, debido a su propio deseo.

El hombre razonable, que reflexiona sobre su comunión y su relación con Dios, no amará nunca nada de lo terrenal o mezquino: tiene su intelecto vuelto hacia las cosas celestes y eternas. Éste conoce cuál es la voluntad de Dios: salvar al hombre. Y tal deseo es para los hombres causa de toda cosa buena y fuente de bondades eternas.

Cuando encuentres a alguien que contienda y contradiga la verdad y la evidencia, cesa toda discusión y retírate, pues sus capacidades racionales se han endurecido como piedra. Incluso los mejores vinos, de hecho, se estropean por el agua de calidad inferior. Del mismo modo, los malos discursos corrompen al que lleva una vida y un pensamiento virtuoso.

Si nos proponemos con solicitud y diligencia, huir de la muerte corporal, tanto más debemos ser solícitos y escapar de la muerte del alma; pues el que quiere ser salvado, no tiene otro impedimento más que la negligencia y el descuido de la propia alma.

El que se fatiga en comprender las cosas útiles y los buenos discurso, es considerado desventurado. Pero en cuanto a los que, comprendiendo la verdad, impudentemente discuten, tienen muerta la razón y su manera de ser es similar a la de las fieras. No conocen a Dios, y su alma no es iluminada.

Dios, con su palabra, ha creado las especies animales para usos variados. Algunas son de uso comestible, otras para prestar servicios. Luego ha creado al hombre, cual espectador de éstas y de sus trabajos, en condición de conductor. Por lo tanto, los hombres deben proponerse no morir como ciegos, sin haber comprendido a Dios y a sus obras, como sucede con las bestias que no razonan. Es necesario que el hombre sepa que Dios todo lo puede. No hay nada que pueda oponerse a quien todo lo puede. Él ha hecho de esto, que no es todo, lo que Él quiere, y obra con su palabra para la salvación de los hombres.


Antonio el Grande - La Filocalia
http://www.abandono.com/Oracion_contemplativa/Filocalia/2Antonio.htm

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