Buscando salvación.
Varios/Otros
Rabia
Terror
Frustración
Miedo
Desesperación
Ese era el espectro de emociones con las que tuve que tratar después de la muerte de Soni. Desde la mañana hasta la noche de cada día, vivía un intenso viaje de emociones en una montaña rusa:
preguntaba, retaba, me enfurecía y desesperaba por mi situación. Sentí esas emociones no sólo por mí misma sino por mi familia. Me daba terror el sólo pensamiento de que tuvieran que soportar mi muerte.
Mi miedo y desesperación continuaron llevándome a una búsqueda incesante sobre la salud holística y el bienestar, incluyendo terapias orientales de sanación. Veía a varios especialistas de disciplinas naturistas y también intenté diferentes modalidades de curación. Traté hipnoterapia, meditación, oración, cantar mantras y los remedios herbales de la China. Finalmente, dejé mi trabajo independiente y viajé a la India para seguir el tratamiento de sanación ayurvédico, mientras Danny permanecía en Hong Kong. No pudo venir conmigo por su trabajo, pero me visitaba por dos semanas cada vez que podía. También hablábamos por teléfono casi todos los días para informarle de mi estado.
Fui al pueblo de Pune, donde mi padre había muerto, para aprender más del yoga y del ayurveda,con uno de los maestros. Pasé en total 6 meses en la India, y durante ese tiempo finalmente sentí que estaba recuperando mi salud. Mi maestro de yoga me puso en un régimen estricto. Tenía que seguir una dieta muy específica de comida vegetariana y remedios de hierbas, así como una rutina de asanas (posturas) de yoga al amanecer y a la puesta del sol.
Hice esto por meses y realmente empecé a sentirme mucho mejor. Él era un gurú increíble, quien ni siquiera creía que yo tuviera cáncer. Le dije que los médicos me habían practicado exámenes y confirmaban que tenía linfoma, a lo que él me decía: “Cáncer es sólo una palabra que asusta.
Olvida la palabra y enfoquémonos en balancear tu cuerpo. Todas las enfermedades son sólo síntomas del desequilibrio. Ninguna enfermedad puede permanecer en el cuerpo si tu sistema completo está balanceado.”
Realmente gocé ese tiempo bajo la tutela de mi maestro de yoga quien me ayudó a aliviar mis miedos sobre el cáncer. Al final de los 6 meses, él estaba convencido que estaba sanada y yo también. Me sentía victoriosa de haberlo logrado y estaba ansiosa de regresar a casa y reunirme con Danny. Me hacía muchísima falta y tenía tanto que contarle.
Cuando volví a casa, al principio mucha gente me comentaba lo bien que me veía. Ciertamente me sentía mucho mejor de lo que había estado en mucho tiempo, tanto física como emocionalmente, pero mi júbilo duró poco. No pasó mucho tiempo sin que algunas personas quisieran saber lo que había hecho en la India por tanto tiempo y como me había sanado. Sin embargo, cuando les conté del régimen ayurvédico que había seguido, recibí en su mayoría respuestas negativas, basadas en el miedo. Estas eran personas bien intencionadas que se preocupaban por mí sinceramente, pero escépticas acerca del tratamiento que había escogido y por eso sus opiniones tenían un gran impacto en mí. La mayoría pensaba que el cáncer no podía ser tratado de esa manera y, poco a poco, las dudas y el miedo volvieron a aparecer en mi mente mientras trataba de defender mi punto de vista.
Cuando eso empezó a pasar, he debido volver a la India para recuperar mi salud de nuevo. En lugar de esto, realmente empecé a estar influenciada por el escepticismo de la gente en el tratamiento que había escogido, razón por la cual permanecí en Hong Kong.
Traté de entender la medicina tradicional china que comúnmente se practica aquí. Debido a que existe mucho conflicto entre esta práctica y la ayurvédica, me sentía muy confundida. El ayurveda promueve la alimentación vegetariana, mientras que la medicina china sugiere consumir carne, especialmente de cerdo. En el sistema indio las carnes de res y de cerdo son lo peor que puedes consumir.
Para empeorar las cosas, recurrí a la naturopatía de occidente, pues estaba aturdida. Esto no solamente aumentó la confusión sino mis miedos. Estaba recibiendo instrucciones de cada disciplina que se contradecían una a la otra. Para la naturopatía el consumo de azúcar y los productos lácteos están prohibidos porque alimentan el crecimiento de las células cancerosas. De acuerdo con mis investigaciones, el azúcar alimenta las células mutadas. En ayurveda, por otro lado, los lácteos son indispensables y el azúcar y comidas dulces son requeridas como parte de una dieta balanceada, basada en equilibrar las diferentes papilas gustativas.
Así que me estresé mucho más respecto a la comida y temía comer cualquier cosa. No sabía qué era bueno para mí y que no, porque cada práctica tenía una verdad diferente que estaba en contravía con la otra. Esta confusión se sumó a mis ya sobrecogedores miedos. El terror se apoderó de mí nuevamente y mi salud se deterioró rápidamente.
Sentía la necesidad de estar sola la mayoría del tiempo y solamente les permitía a mis familiares más cercanos estar en mi vida. Quería ocultar la realidad en un intento de ocultar la verdad. No podía soportar la forma como la gente me miraba y me trataba. Mi salud declinaba y no me gustaba que los demás me tuvieran lástima y me hicieran concesiones especiales, como si fuera diferente o anormal. De la misma manera, me incomodaba mucho que las personas de mi cultura pensaran que era mi karma – que yo había hecho algo en una vida pasada para merecer este castigo. Debido a que yo también creía en el karma, me hacía sentir como si hubiera hecho algo de lo cual debía estar avergonzada. Parecía como si estuviera siendo juzgada y eso me hacía sentir impotente.
Si esto era una retribución por algo que había hecho en una vida pasada, me preguntaba cómo podía cambiarlo. ¿Qué podía hacer ahora? Pensamientos como estos también me hacían sentir desvalida.
Durante todo este tiempo puse una fachada. Me reía y charlaba con todos, aún cuando no quería hacerlo porque era muy importante para mí no causarle a nadie preocupación con mi condición.
No quería que los otros se sintieran mal o se incomodaran conmigo y seguí poniendo los sentimientos y necesidades de los demás primero que los míos. Mucha gente comentaba lo valiente que era y admiraban la forma como yo estaba tratando con mi enfermedad. Muchos individuos también comentaron lo positiva y feliz que estaba siempre; sin embargo, así no era como me sentía realmente.
Danny era la única persona que entendía lo que estaba sucediendo y cómo el estar con otras personas me costaba un precio muy alto. Él empezó a actuar como mi escudo protector, manteniendo la gente afuera. En la presencia de otros, siempre sentía la necesidad de actuar como si estuviera feliz y positiva, porque no quería que nadie se sintiera mal o se preocupara.
Después de un tiempo, esto realmente me agotaba y no contestaba el teléfono porque no quería hablar de la enfermedad. No quería el consejo de nadie sobre cómo manejar lo que me estaba pasando, ni contestar repetidamente las interminables preguntas que la gente que se preocupaba por mí, tendía a hacer.
Dejé de salir para permanecer en la seguridad de mi propia casa, porque aparte de sentirme mal, físicamente me veía muy enferma. Mi respiración era trabajosa, mis piernas y brazos eran muy delgados y tenía dificultad para sostener mi cabeza. Las miradas y comentarios que recibía, me molestaban. Sabía que la gente no me miraba con desprecio o disgusto, pero más bien con curiosidad y tal vez con lástima. Cuando los sorprendía mirándome, esquivaban la mirada rápidamente y sentía su molestia. Reconocía la emoción detrás de sus expresiones ya que yo misma las había sentido antes al ver un enfermo. Se sentían mal por mí. Pronto llegué a aceptar esa reacción como algo normal de la gente que me veía o interactuaba conmigo, aunque me molestaba que los demás se incomodaran con mi presencia. En este punto, dejé de salir del todo.
Pronto, estaba encerrada en mi propia jaula de temor y desesperación, donde mi experiencia de vida iba disminuyendo cada día. El tiempo pasó en un descenso muy resbaloso. Para mí todo aquel que no tuviera cáncer era muy afortunado. Envidiaba a cada persona saludable que conocía. No importaba cuales fueran sus condiciones de vida, ellos no tenían este demonio que estaba saqueando sin tregua, mi cuerpo…mi mente…mi vida.
Todas las mañanas me despertaba con un brillo de esperanza: hoy puede ser el día en que las cosas cambien. Pero cada noche terminaba con el ya familiar sentimiento apesadumbrado y un mayor sentido de derrota que el día anterior.
Desilusionada, empecé a preguntarme qué era lo que quería mantener en esta dura batalla. ¿Qué significaba todo esto? Continuar ya no tenía sentido y me sentía cansada. Estaba empezando a rendirme y lista a admitir que había sido derrotada.
En esta época entraba y salía del hospital para transfusiones de sangre y otros tratamientos.
Cuando estaba en la casa, pasaba la mayoría de mis días durmiendo o descansando. No podía salir a caminar por períodos prolongados. Sólo media hora de actividad me cansaba y quedaba sin aliento. Perdía peso rápidamente y permanentemente tenía un poco de fiebre.
“¿Usted cree que mi condición puede todavía mejorar en esta etapa?”, pregunté a mi doctor un día, inmediatamente después de hacerme un escán rutinario para evaluar la situación.
El apartó los ojos y me dijo: “Enviaré a la enfermera para que la ayude a vestirse.” Lo que no me contó fue que quería hablar con Danny, en privado.
“Hay muy poco que podamos hacer ahora”, le dijo el médico. Miró directamente a mi esposo y continuó: “Le quedan cerca de tres meses de vida, a lo sumo. Los últimos exámenes muestran que los tumores han crecido en tamaño y en cantidad y el cáncer se ha extendido agresivamente por todo su sistema linfático. Es demasiado tarde aún para la quimioterapia; su cuerpo no podría tolerar la toxicidad, en este punto. Está tan débil que difícilmente podrá soportar cualquier tratamiento y su muerte sería inminente. Lo siento mucho.”
Aunque Danny puso una fachada de valentía y no me contó lo que el médico había dicho en ese momento (él lo compartió conmigo muchos meses después) yo sabía que algo no estaba bien. En ese punto, él escasamente estaba yendo al trabajo, pero desde el día en que habló con el médico, dejó de ir del todo. Estaba reacio a apartarse de mi lado.
Un día le pregunté: “¿Me voy a morir?”
“Todos nos vamos a morir algún día”, me contestó
“Yo sé eso, tonto”, respondí. “Quiero decir ahora, por el cáncer, ¿qué pasa si muero?”
“Entonces yo voy por ti y te traigo de vuelta”, me contestó suavemente, acariciando mi cabeza mientras descansaba en la cama.
Esto fue cerca de 6 semanas después de la última visita al doctor. Ahora, respirar se había vuelto una labor muy trabajosa y un tanque de oxígeno era mi permanente compañía. No podía acostarme pues necesitaba que me enderezaran para evitar que me ahogara en mis propios fluidos. Cada vez que intentaba acostarme completamente, empezaba a ahogarme y tenía dificultad para respirar, por lo cual era casi imposible cambiarme de posición en la cama. Mi cuerpo tenía lesiones por todos lados. Muchas toxinas habían invadido mi sistema, forzando a la piel a resquebrajarse y soltar esos venenos.
Muchas veces me despertaba sudando fuertemente, con mis ropas completamente mojadas -este es un síntoma común del linfoma. A menudo mi piel me picaba como si tuviera hormigas por todo el cuerpo. Recuerdo una noche que la piquiña era tan fuerte que no importaba que tanto me rascara, no pasaba. Danny consiguió cubos de hielo los puso en bolsas y me frotaba con ellas las piernas, los brazos y el cuerpo para aliviar mi piel inflamada. Después de mucho tiempo, finalmente cedió.
Pasábamos la mayoría de nuestras noches en vela y en este punto, dependía completamente del cuidado de Danny. Él se anticipaba a cada necesidad mía antes de que yo la expresara. Cuidaba mis heridas y me ayudaba a lavar mi pelo. Aunque me sentía culpable porque él tuviera que pasar todo el tiempo cuidándome de este modo, sé que nunca lo hizo porque fuera su responsabilidad, obligación o deber. Todo esto brotaba del amor más puro que me tenía.
Mi sistema digestivo eventualmente dejó de absorber nutrientes de la comida que ingería, causándome desnutrición. Danny me compraba mis chocolates preferidos y mi madre me preparaba algunas de mis comidas favoritas para hacerme comer algo, pero yo no tenía apetito.
No podía absorber los nutrientes de aquello que lograba tragar y veía mis músculos desintegrarse hasta el punto de que ya no pude caminar. Mi movilidad dependía de una silla de ruedas. Mi cuerpo empezó a consumir la proteína de mis músculos, para sobrevivir. Me volví un esqueleto y mi cabeza parecía pesar unas 300 libras porque difícilmente podía levantarla de la almohada.
Todavía entraba y salía del hospital, pero cada vez que estaba allá, siempre quería regresar tan pronto como fuera posible a casa. Sentía que esos sitios eran fríos y depresivos y me hacían sentir más enferma de lo que ya estaba. Contratamos una enfermera para que me acompañara durante el día.
Ni mi madre ni mi esposo se alejaron de mi lado durante esos días y Danny se sentaba conmigo durante las noches. Él quería asegurarse de que yo continuara respirando y para estar presente en mi último suspiro. Muchas noches no pude dormir debido a la tos, así que estaba muy agradecida por su presencia reconfortante; pero también me daba perfecta cuenta de su sufrimiento y eso hacía mucho más difícil soportar mi situación. A pesar de todo esto, continuaba poniendo mi fachada valiente y me mantenía asegurando a todos que no tenía dolor. Les decía que me estaba sintiendo bien aunque eso era tan lejano a la verdad.
Al mismo tiempo, también me daba cuenta de la angustia de mi madre. Sé que ninguna madre debería presenciar la muerte de su hijo, mucho menos atestiguar como se desintegra lenta y dolorosamente.
La mañana del 1º de febrero de 2006, me sentía mucho más positiva que de costumbre.
Realmente empecé a darme cuenta de ciertas cosas a mi alrededor. El cielo se veía más azul que nunca y el mundo parecía un lugar hermoso. Aunque estaba amarrada a la silla de ruedas, con mi tanque de oxígeno como mi compañero constante, mientras me llevaban de la clínica a la casa, tuve la sensación de que estaba bien soltarme ahora, que todo iba a estar bien.
“El mundo no parará si yo no estoy en él. No tengo nada de qué preocuparme. No entiendo porqué pero me estoy sintiendo bien emocionalmente. Mucho mejor de lo que me he sentido en mucho tiempo”, recuerdo que pensaba.
Me dolía el cuerpo y mi respiración era muy difícil, así que me fui a la cama. Debido a esto y a que no podía dormir, la enfermera me administró morfina justo antes de irse para que pudiera tener algo de descanso. Pero había algo diferente: podía sentirme relajada y soltando el fuerte lazo con que había estado asida a la vida. Todo este tiempo era como si hubiera estado colgando del borde de un abismo. Había estado peleando una batalla perdida, luchando para sostenerme. Finalmente estaba lista para soltarlo todo. Sentí como me hundía en un profundo sueño.
La mañana siguiente, febrero 2, no abrí los ojos. Aparentemente mi cara estaba demasiado hinchada igual que mis brazos, piernas, manos y pies. Danny me dio una mirada y llamó inmediatamente al médico, quien le dijo que me llevara rápidamente al hospital.
Estaba próxima a finalizar mi batalla contra el cáncer.
CAPÍTULO 6 - BUSCANDO SALVACIÓN
Extracto del Libro: “MUERO POR SER YO” de ANITA MOORJANI (Mar/2012)
Traducción libre y gratuita al español de mi esposa y revisión mía (Sep/2012)
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