Los Egregores: Segunda Parte (1/2)
V.B. Anglada
Vicente: Sobre el tema de los egregores que discutimos el pasado mes, tiene una importancia capital, no sólo desde el ángulo puramente subjetivo, si no también desde el ángulo psicológico corriente, habida cuenta, tal como dijimos el pasado mes, que el egregor técnicamente descrito es un núcleo de sustancia psíquica con un centro de conciencia dévico.
¿Qué entendemos por dévico? ¿Qué son las fuerzas dévicas? Yo diría que son las reacciones del espacio a cualquiera de los estados de conciencia humanos, es decir, que hablamos de egregores en el sentido de que son creaciones típicamente humanas. Podríamos decir al respecto, que todos los egregores son formas psíquicas pero que no todas las formas psíquicas son egregores, habida cuenta que el egregor es la obra individual o general de la humanidad, creando, por así decirlo, su karma o destino.
Es decir que en el pasado cuando hablábamos del karma, solíamos representarlo como algo aparte del individuo, como algo que se presentaba de improviso sobre nuestra vida, haciéndonos seguir ciertos derroteros prefijados y definidos. La verdad es que el destino, que es el ser, el individuo, el Yo; es el Yo quien promueve las situaciones kármicas, quien crea su propio destino a través del tiempo y quien a través del tiempo tiene que liberarse del destino, es el creador de una máquina gigantesca que al tomar impulso arrastra con su fuerza o movimiento a la propia Alma, al propio pensador y, naturalmente, cuando hablamos de karma o destino, debemos hacer una referencia especial a lo que técnicamente definimos como egregores, por cuanto el hombre es quien crea los egregores que constituyen la cultura, la civilización y la historia de la propia humanidad.
No es algo que venga de la divinidad, la divinidad somos nosotros, somos su representación genuina en tiempo y espacio y, por lo tanto, como tenemos capacidades, aunque limitadas, afortunadamente, creamos a nuestro alrededor todo cuanto constituye el eje de la evolución de la humanidad. Teniendo en cuenta que la humanidad, el 4º Reino de la Naturaleza , es el centro de la evolución planetaria y que, por lo tanto, todos los egregores que ha ido constituyendo, o construyendo a través del tiempo en colaboración con las fuerzas dévicas del espacio, estas reacciones sutiles que provocamos en cada estado de conciencia, llevan la evolución hacia adelante, constituyendo por así decirlo, el nervio de la vida, una vida sin conciencia, una vida sin evolución prácticamente no es vida, al menos desde el ángulo de vista psicológico no podemos conceptuar la vida, el karma, la inteligencia, el amor, todo cuanto son virtudes en el individuo, sin contar con la creatividad.
Es decir, que si somos parte de la voluntad de Dios, en la medida que somos parte consciente o inconsciente de esta voluntad de Dios, estamos capacitados para crear. La creación dependerá en todo caso de los estados de conciencia que hayamos podido elaborar en nuestras relaciones sociales, en nuestros ambientes familiares, profesionales, etc. y esto lo sabemos todos. Entonces, también decimos, que la atracción individual hacia el bien y también la atracción individual hacia el mal, habrían creado a través del tiempo dos gigantescos egregores, creados por la propia naturaleza humana.
Un egregor, que esotéricamente definimos como el Guardián del Umbral, está centralizando el poder de lo que místicamente se llaman los siete pecados capitales; pero, por otra parte y estableciendo la balanza del equilibrio, tenemos que todas las tendencias hacia el bien constituyen otra entidad gigantesca, poderosísima, que esotéricamente también llamamos el Ángel de la Presencia. Es decir, que el Guardián del Umbral y el Ángel de la Presencia son la cristalización en tiempo y espacio del par de opuestos tal como esotéricamente los definimos. Es decir, que existe el bien, que existe el mal —reconocido por la mente humana—, y existen personas que se sienten atraídas hacia el bien y otras personas hacia el mal, constituyendo la polaridad; y en esta polaridad se debate la humanidad constituyendo la nube de conflictos que vemos por doquier.
Me pregunto si será posible un día que el individuo se sitúe en el centro del bien y del mal, y que con rectitud de miras, con la inteligencia despierta y un gran sentido crítico de valores, sea capaz de elegir convenientemente el camino que surja por el medio, el del equilibrio entre el bien y el mal, porque cuando la medida del bien y el mal han quedado reducidas a cero, se produce un estado nuevo en el ser que prácticamente desconocemos —Krishnamurti lo llama Liberación. Es posible que sea la Liberación del par de opuestos, la liberación de los egregores que hemos constituido a través del tiempo, y en esta tarea está empeñada la personalidad del hombre.
Y estamos tratando de llegar a un punto en nuestras conversaciones esotéricas, que no se constituyen en meras prácticas cristalizadas sobre temas esotéricos, sino que seamos capaces de imprimir un ritmo de creatividad, un ritmo práctico a nuestra vida de aspirantes espirituales. Me parece que estamos aquí para esto.
Recordemos también que no sólo estamos creando constantemente egregores, sino también que estamos luchando con egregores que fueron construidos hace millones de años en forma de enfermedades, en forma de estados de conciencia cristalizados, en forma de guerras y desastres; estamos viviendo todavía en la jungla, estamos todavía en una etapa que no podemos conocer como cristianismo, porque cristianismo es Amor y nosotros no conocemos todavía el Amor. Es decir, que el amor se ha convertido en un egregor. ¿Se dan cuenta Uds. la diferencia que existe entre el Amor y el egregor del amor? ¿O la diferencia que existe entre la personalidad real de Cristo y el egregor de Cristo que han construido las generaciones y las humanidades a través del tiempo desde que aconteció el hecho glorioso?
Pues bien, esotéricamente, hay que saber distinguir entre un egregor y otra forma psíquica que no sea un egregor; y constituye para los discípulos en entrenamiento espiritual, en los ashramas de la Jerarquía constituye una de las presiones más grandes del poder del discernimiento humano, que tiene como consecuencia la apertura de las puertas iniciáticas, el saber distinguir, así de fácil, el egregor de lo que es una imagen real y, naturalmente, nos encontramos con estas formas dévicas, con estas formas no tan dévicas que no sólo son egregores, sino también que constituyen formas que sin ser egregores y muy parecidas, se hallan en el plano astral o en el plano psíquico; y este plano psíquico, que es el plano de la irrealidad o de la ilusión, es el que conturba las mentes y los corazones aún de los entrenados esoteristas, porque entre la forma del ideal Crístico y el egregor hay una tremenda diferencia, primero, porque la forma ideal o la forma real, a través de la cual se manifiesta el Cristo, se manifiesta cualquier alma humana, no es lo mismo que la idea o la emoción o el sentimiento que tiene la humanidad con respecto a aquella forma real.
Es decir, que en el plano psíquico se encuentran multitud de formas que no son egregores, lo cual significa que son formas psíquicas con las cuales la humanidad no podrá luchar jamás porque son formas reales, a pesar de que son difíciles de controlar y que están dentro de grandes limitaciones. En cambio, sí, podemos destruir el fruto de nuestras acciones, podemos destruir a todos los egregores que hemos formado a través del tiempo, desde la Lemuria , la civilización primera, la gran raza humana con la que inició el Logos su vida como ser humano aquí en la Tierra , las que vienen transportadas a través del éter provenientes de la raza Atlántida, y las propias que hemos creado en nuestra raza Aria, constituyendo unos núcleos de energía negativa que están imprimiendo a los éteres un movimiento muy difícil de controlar.
Si tenemos en cuenta que en su base esencial una enfermedad es un egregor; que el dolor, la ira, la ambición, los celos, todo cuanto ustedes puedan ubicar o englobar dentro del término de defectos humanos, tendrán una idea muy ajustada de la verdad, no estarán luchando contra una forma subjetiva, sino que el egregor es tan objetivo que cuando empieza a trabajar la persona está perdida, porque el Alma no ha sabido distinguir entre la enfermedad como síntoma y la enfermedad cuando ya ha tomado campo biológico, y ahí es donde fracasa la ciencia. Porque la ciencia médica, a pesar de sus grandes conquistas científicas, no acaba de penetrar en el mundo de las energías, en el mundo de las causas, es completamente aparte su trabajo de lo que técnicamente, esotéricamente, llamamos el mundo de los significados, por así decirlo, está luchando contra sombras, porque la enfermedad, el dolor, todo cuanto constituye el defecto humano, es una entidad viviente creada, gestada, mantenida por el propio ser humano. Y antes que el ser humano no haya podido destruir estas formas o egregores creados a través del tiempo en los niveles psíquicos, la ciencia no encontrará la manera de solucionar los problemas físico-biológicos de la humanidad, y lo estamos viendo, y lo estamos sintiendo muy activamente en nuestra carne, en nuestros nervios, en nuestro corazón, y todos confiamos siempre en el azar, que venga un señor documentado, un señor iluminado que traiga la panacea de curar las enfermedades, de curar los estados psíquicos y que nos traiga, por añadidura, la liberación.
Bien, somos conscientes, ¿verdad?, de estas cosas. Somos conscientes también de que el poder del hombre es infinito; hemos dicho que proviene de la propia divinidad; y si el individuo proviene de la propia divinidad, tiene el poder de destruir todo cuanto afea el ambiente social del mundo; puede destruir los egregores negativos; puede crear nuevos egregores hasta que al final del ciclo de vida, pueda situarse en un centro místico de tan elevada concentración y potencia, dentro del cual ya no existan ni egregores buenos, ni malos egregores; que exista solamente la voluntad pura del hombre que ha hecho del espacio su aliado.
Es decir, todo cuanto estamos diciendo actualmente, todo poder mental del hombre enfocado en la conquista del espacio, por decir algo concreto en nuestros días, si fuera enfocado dentro del mundo psíquico tratando de desvelar el misterio de los éteres y se pusiese en contacto con estos mundos que desconocemos y fuese capaz de participar activamente con estas fuerzas vivas que crean las reacciones del espacio, si fuésemos de alguna manera los cooperadores del espacio, los cooperadores dévicos de estas formas misteriosas que estamos creando con nuestros estados de conciencia, la humanidad tomaría un giro completamente distinto del que tiene actualmente, porque entonces vería claro el proceso.
El proceso se ve claro solamente cuando existe equilibrio, y me pregunto siempre hasta cuándo y hasta dónde y en qué medida, podemos utilizar este equilibrio para transformar el mundo en términos de realización. Digo que el poder del hombre es infinito. Afortunadamente la reserva de buena voluntad que tiene el hombre, le permite penetrar activamente en estos misterios de los egregores y empieza el hombre a ser consciente de mundos invisibles; si no, ¿por qué están Uds. aquí? ¿Por qué estamos todos aquí? Hemos visto algo quizá que no está al alcance del hombre corriente, sin afán peyorativo.
Yo diría que se nos presenta la oportunidad de enfrentar directamente los egregores que hayamos construido a través del tiempo, lo cual quiere significar que habiendo desenmascarado al rufián escondido en nuestra conciencia, podamos liberarnos definitivamente del karma, si no, ¿de qué servirían nuestras meditaciones? o ¿por qué no nos preguntamos el porqué de la efectividad de un ritual o de una liturgia religiosa que tiene por objeto clarificar los éteres, ponerse en contacto con estas fuerzas que llamamos ángeles, por darle un nombre místico? Yo prefiero llamarlas reacciones del espacio, reacciones inteligentes del espacio a reacciones humanas no siempre inteligentes; pues ¿acaso la guerra es inteligente? O el hambre, por ejemplo, cuando lo tenemos todo a nuestra disposición y, sin embargo, nos estamos peleando por una pequeña parcela de territorio. ¿Se dan cuenta como el mundo debe variar radicalmente si queremos llevar al mundo un poco de paz, esta paz que necesita para que podamos penetrar realmente en los misterios de los éteres? Y el día que consigamos esto, seguramente que habremos resuelto la gran incógnita de la vida, y seguramente que tendremos la capacidad creadora de elegir las próximas situaciones, estableciendo un vínculo de relación consciente con estas reacciones del espacio, con estas fuerzas dévicas o angélicas, y crear una unidad con ese mundo que desconocemos, pero que está aquí un tanto tenso, influyendo constantemente en nuestra vida.
Bien, hemos dicho que el individuo tiene necesidad absoluta, si es inteligente y creo que todos lo somos, de distinguir entre los egregores y las formas psíquicas del ambiente, darse cuenta ya de un principio para tenerlo siempre ya como una sentencia, que el egregor es la forma psíquica creada por el hombre en colaboración con las reacciones del espacio o con los devas, y que, por lo tanto, estas reacciones del espacio que llevan nuestra vida hacia determinados ritmos, pueden variar al extremo de poder distinguir la verdad de lo ilusorio. De no ser así, la iniciación, el discipulado o todo cuanto conocemos como atracción hacia el ser superior, serán palabras vanas.
Yo creo que hemos hablado muy vanamente a través del tiempo y que incluso hoy hablamos del Cristo como una entidad muy lejana debido a que somos conscientes de las propias limitaciones. Me pregunto si será posible algún día de que establezcamos un reino en nuestro corazón que es realmente la misión del hombre aquí en la Tierra , teniendo en cuenta que cuando hablo de Cristo no hablo de una persona, no hablo del Cristo histórico; me refiero al Cristo Cósmico que está en el corazón de todos y que, no obstante, debe desarrollarse al punto de crear el nexo de unión entre nosotros y el Reino de Dios, lo cual significa que aquí en la Tierra podemos ser realmente cristianos a la vez que creadores, y que, por lo tanto, podemos crear un nuevo mundo basado en el amor y en la compasión, y no en la crueldad y el afán de conquista.
Por Vicente Beltrán Anglada
Barcelona, 10 de enero de 1981
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