El secreto de las siete semillas. IX.2

Varios/Otros


Un maestro humilde caminaba por el desierto hasta que llegó a un pueblo y trató de conseguir que alguien lo hospedara, pero nadie quería hacerla. Entonces dijo con paz y compasión: "Dios sabe por qué hace las cosas". Acampó en el desierto. Tenía con él un gallo, un burro y una lámpara. El viento del desierto se llevó la lámpara, un gato se comió a su gallo y un león devoró al burro. Al ver estos incidentes, el maestro dijo con paz y compasión: "Dios sabe por qué hace las cosas". En la noche unos soldados asesinos pasaron frente al maestro, pero como estaba oscuro y no había animales que hicieran bulla, no se dieron cuenta. Fueron al pueblo y robaron y maltrataron a varios residentes. El maestro dijo con paz y compasión: "Dios sabe por qué hace las cosas". En el plano material, los humanos estamos acostumbrados a tener una perspectiva de corto plazo. Nos vemos inmersos en un mar de problemas y dificultades, y sentimos que no podemos nadar. Pero desde la perspectiva de Dios, él ve que tenemos piso y que si sólo nos relajamos, estirando nuestras piernas, lo sentiríamos. Nada es bueno ni malo.

Somos nosotros quienes ponemos adjetivos a las cosas. Todas las circunstancias nos ayudan a crecer, a aprender, y ponen a prueba nuestra capacidad de percibir la paz y la felicidad de la divinidad dentro de nosotros.

Pero tú te preguntarás qué hacer cuando ves sufrir a niños pobres, a ancianos enfermos o a un amigo que tiene un problema severo. ¿El desapego significa que no te importe, que seas insensible al sufrimiento ajeno? El desapego debe ser con compasión. Es comprender que Dios está en todas las cosas, en aquellas que percibimos como buenas y aquellas que percibimos como malas o como desgracias. Es ponerse en el lugar de la otra persona y entender y valorar su sufrimiento, pero no sufrirlo. Debemos comprender que cada ser humano tiene un papel que jugar en la obra divina, tiene lecciones que aprender en esta vida y nosotros debemos ayudarlo con amor. Debemos recordar que finalmente todos somos parte de Dios y que cada ser humano está en búsqueda del camino para encontrarse con él. Ignacio, tampoco debes apegarte a las personas. Cuando necesitas a una persona para llenar tu vida es porque en realidad tienes un vacío dentro de ti. Cuando necesitas a una persona no la amas en el sentido más espiritual del término, porque amar es pasar por encima de ti mismo, por encima de tus necesidades egocéntricas y entregar la esencia de tu alma, el amor.

Había en la carta un espacio en blanco. Ignacio lo interpretó como la sugerencia de una pausa para reflexionar acerca de lo leído. Luego de un momento, supo que lo que seguía resumiría lo más importante. Se apresuró a continuar.

Cuentan que había un rey apegado a sus bienes personales, su castillo y sus joyas, y tenía mucho miedo de que se los quitaran. Sin embargo, veía a los pobres de su reino felices y se preguntaba cómo era posible que ellos, que no sabían lo que iban a comer al día siguiente, estuvieran felices. Decidió disfrazarse de mendigo y averiguar el misterio. Ya en el pueblo le tocó la puerta a una persona que lo hizo, entrar muy amablemente. Estaba sentada en su pequeña habitación comiendo un pedazo de pan. Lo invitó a sentarse con él y a compartir el pan. El rey disfrazado le preguntó: "¿A qué te dedicas?". "Reparo zapatos viejos", respondió el hombre pobre.

"¿Y qué vas a comer mañana si sólo tienes este pedazo de pan?". "Pues comeré lo que trabaje mañana", respondió en paz el hombre. El rey volvió a su castillo y dio un edicto con maldad. Estableció que nadie podía reparar zapatos en el reino. Se dijo a sí mismo: "Vamos a ver si este hombre ahora sigue tan tranquilo". Al día siguiente, el rey fue nuevamente a buscarlo, pero lo encontró con un pedazo de pan y un queso. El rey disfrazado le preguntó: "Vi que el rey había dado un decreto por el cual era imposible reparar zapatos, ¿qué hiciste?". "Pues nada. Como no se podía reparar zapatos, busqué qué hacer y vi a unas personas cargando agua.. Aprendí el oficio, me ofrecí para ayudarles y me pagaron más que por reparar zapatos. ¿Qué te parece?". El rey volvió molesto a su palacio, no soportaba la paz y el desapego con que vivía el hombre pobre del pueblo. Dictó un nuevo edicto para ordenar que nadie cargara agua en el reino. Al día siguiente regresó disfrazado a la casa del hombre pobre y lo encontró con una botella de vino, un pan y un queso. El rey le preguntó molesto: "Pero ¿cómo has hecho? El rey prohibió cargar agua en el reino".

El hombre le respondió: "Me puse a ver qué podía hacer, me fui al bosque y aprendí a cortar árboles con los leñadores. Ellos vieron que podía hacer el trabajo, me contrataron y me pagaron muy bien". El rey no soportaba la indignación. Fue a su castillo y dictó otro edicto, mandando que todos los leñadores trabajaran para el rey como guardias. Ahora lo tendría en sus manos, pensó. Al día siguiente, el rey disfrazado fue a visitar al hombre pobre. Lo encontró con una despensa llena de comida, todo tipo de panes, frutas, quesos y vinos. El rey le preguntó: "¿Pero qué pasó? Yo sé que los leñadores fueron a trabajar para el rey y el rey paga una vez al mes. ¿Cómo tienes tanta comida si no te han pagado?". "Pues trabajé todo el día como guardia, pero cuando fui a cobrar me dijeron que pagaban a fin de mes. Entonces pensé: ¿qué hago?, y me dije a mí mismo: voy a vender el acero de mi espada y pondré una espada de madera. Con el dinero compraré comida y nadie se dará cuenta. Cuando me paguen a fin de mes, repondré la espada". El rey pensó que ahora sí lo atraparía. Al día siguiente, el rey fue donde los guardias y gritó: "¡Ladrón! ¡Agarren al ladrón!". Miró al hombre pobre y le ordenó: "Guardia, decapite a este ladrón.". En ese momento, el hombre pensó: "Si saco mi espada de madera, me decapitan por haber vendido el acero; si no la saco, me decapitan por desobedecer al rey". Pero como el hombre siempre estaba en paz, sin apegos, mágicamente la solución vino a su mente. Empuñó el mango de su espada y gritó a todo pulmón, dirigiéndose a sí mismo: "Si este hombre es un ladrón, entonces que mi espada lo decapite. De lo contrario, que mi espada se convierta en madera". Extrajo con fuerzas la espada, la puso en alto y toda la gente se asombró: "¡Milagro! ¡Dios, que viva Dios!, exclamaban. El rey se acercó, lo nombró su primer ministro y le dijo: "Hoy me has enseñado una lección".

Ignacio, vive la vida como el hombre de la espada. Enfrenta los problemas con desapego y compasión, vive tu libertad y toma una actitud de flexibilidad en la vida. Como en la historia, cuando vivas así estarás alineado con la divinidad y siempre obtendrás respuestas creativas a tus problemas.

Las lecciones han llegado a su fin, Ignacio. Cuida cada una de tus semillas, ahora plantas; riégalas, abónalas para que crezcan y se desarrollen. También cuida la sabiduría de cada semilla plantada en ti mismo; con paciencia, abónalas y riégalas practicando y aplicando en tu vida sus enseñanzas para que crezcan y florezcan en tu desarrollo personal. Yo te be dado las semillas, ahora el resto sólo depende de ti. Recuerda tu darma, comunicar y transmitir a los hombres de negocios un mensaje espiritual. Dedícate a ello. Te tendré siempre en mi corazón y estaré siempre contigo.

Tu maestro



Ignacio permaneció despierto toda la noche. Leyó y releyó su carta, ahora su tesoro más preciado. Se sentía feliz y realizado. Por fin había terminado sus lecciones espirituales. Se sentía entero, afortunado, íntegro y querido por su maestro.

No obstante, le costaba todavía adaptarse a la pérdida física del maestro. Pasaron dos semanas en las que anduvo encerrado en una soledad reflexiva, contemplando el jardín y dándole vueltas a una sola idea: su darma. Sin duda, su paz espiritual estaba totalmente ligada a su misión en esta vida. Poco a poco empezó a ganarlo la certeza de que su vida entera sería una especie de justificación con respecto a un punto central: dar a otros lo que él ya sabía. Incluso en algún momento llegó a sentir que ahora era él quien estaba en el rol de transmitir la sabiduría de su maestro, desde una posición mucho más humilde, por cierto, y a partir de sus propios recursos. Esto le hacía entender en toda su magnitud la idea de que estaban mucho más cerca que antes: alineados con respecto a un solo fin.

Ignacio pensaba una y otra vez en las últimas palabras de la carta del maestro. Ahora dictaba conferencias y eso estaba alineado con su darma. El problema era que con las conferencias llegaba a un número limitado de personas. Había recibido el secreto de las siete semillas y tenía que transmitirlo a la mayor cantidad de gente. "¿Y por qué no escribo un libro contando mi experiencia con el maestro?", se preguntó. El título lo tuvo claro de inmediato: El secreto de las siete semillas. La idea le encantó, subió corriendo a su estudio, prendió su computador... pero no supo por dónde comenzar. De pronto, después de reflexionar durante un rato, decidió hacerla por el incidente que le había cambiado la vida: su infarto. Entonces escribió:

"Ignacio Rodríguez esperaba angustiado su turno con el cardiólogo... ".


* FIN *

Extracto de DAVID FISCHMAN
El secreto de las siete semillas

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