La cuestión del sufrimiento y del dolor.

Varios/Otros


El sufrimiento, aunque no forme parte de la naturaleza del yo superior, es inherente a la personalidad del hombre por causa de sus vinculaciones con el pasado y del ejercicio de la fuerza del deseo aún no elevado hacia objetivos superiores. La energía propia de su alma, sin embargo, es la Alegría, un estado de ser totalmente unificado con el propósito de la Creación. Es de ese estado, que no proviene de la personalidad, sino de regiones más profundas, que emerge la beatitud en la que la paz va más allá de toda comprensión, y en la que hay entrega completa del ser interior al camino cósmico abierto frente a ella.

Empero, circunstancialmente, mientras el individuo está encarnado, el sufrimiento y el dolor, en sus diversos aspectos, forman parte de su vida. Comprender sus causas hasta donde es posible, y remover o transmutar los elementos que las vitalizan y mantienen, debería ser una de las metas por él contemplada.

Cuando la humanidad consiga elevar el propio deseo hacia objetivos superiores, evolutivos, que trascienden las necesidades normales y comunes creadas por la imaginación o por los condicionamientos del pasado y, principalmente, cuando prescinda de lo que es superfluo, lujoso y paliativo, el sufrimiento humano disminuirá cuanto sea permitido por la ley cíclica. Además de eso, cuando el hombre perciba que la actitud ante el sufrimiento y el dolor influye sobremanera en su actuación y sus efectos, mucho de lo que hoy aún le ocurre será eliminado. Esas son realidades vinculadas inclusive con el código genético aún vigente en el reino humano; eso será cambiado en un futuro próximo.

Otro punto importante, vinculado directamente con ese asunto, y más de una vez enfatizado, necesita también ser reconsiderado en este estudio. Se trata del principio básico producido por la ley de causa y efecto: mientras provoquemos el sufrimiento, lo tenemos en nuestra propia vida. En ese particular, el hecho de que la humanidad aún asesine animales le produce consecuencias incalculables.

El animal, cuya tendencia innata le hace tener al hombre (que, en la escala de la evolución, ocupa el lugar inmediatamente superior a él) en la misma consideración en que hoy tenemos a nuestro propio "dios", sufre un profundo impacto, de repercusión insondable, al ser asesinado por él. En el momento de la matanza, percibe que los aspectos exteriores de su ser serán destruidos, SABE lo que va a ocurrir y, porque ya desarrolló suficientemente el cuerpo emocional en su ciclo evolutivo, sufre. La cuestión del dolor nunca la empezaremos a aclarar si ese punto básico e inicial no estuviera, por lo menos como una semilla, en nuestra consciencia.

El número de seres humanos encarnados hoy en día que no están más vinculados con el uso de la carne en su alimentación es mayor de lo que podemos imaginar; empero, los yoes superiores ya preparados para ser vegetarianos, frugívoros o naturistas llegan la mayoría de las veces a ambientes terrestres aún condicionados por hábitos alimenticios retrógrados y por supersticiones arraigadas en cuanto al modo correcto de mantener al cuerpo. Por ello, muchos tardan en reconocer su propia condición interior.

La ingestión de productos de origen animal -en especial, carne- produce inercia en las células físicas, impidiendo que su potencial aún no revelado se manifieste plenamente. Es un poderoso obstáculo para el trabajo evolutivo que el hombre de hoy busca conscientemente llevar adelante. La carne tiene una vibración característica de un ciclo ya superado por él -el estado instintivo- y, cuando la usa en su alimentación, lo mantiene en un punto que ya no condice con los nuevos pasos que está por dar: el dominio de la intuición, el ejercicio de la telepatía superior, y la experiencia de la consciencia supramental, pasos que, de esa manera, pueden ser perjudicados y hasta retardados. Mientras no se sustituya la antigua forma con que los hombres tomaban contacto con los animales, la vibración instintiva quedará circulando en los cuerpos de sus personalidades durante mucho más tiempo del que sería necesario, ocupando espacio e impidiendo que la luz de \a intuición y otras luces, de etapas aún más avanzadas, puedan instalarse en ellas.

Una relación verdadera y actual necesita desarrollarse entre nosotros y los animales, relación en la cual los últimos se beneficiarán con nuestros servicios y con nuestra gratitud por el papel que tuvieron en el desarrollo de la humanidad. Se sabe que para que un reino de la naturaleza tenga una evolución especial y rápida, como ocurrió con el humano hasta que alcanzó el ciclo mental-intuitivo, es necesario que algún otro reino, en el mismo sistema solar, renuncie a ciertos pasos importantes, habiendo así un equilibrio. Eso fue lo que se dio en el reino humano y en el reino animal. Para que el primero pudiese haber acelerado de modo excepcional su proceso evolutivo, el reino animal permaneció en ritmo mucho más lento del que le habría sido posible. La distancia entre la consciencia de un animal de mediano desarrollo y la de un hombre no sería tan grande si el reino animal, como grupo, no hubiese aceptado esa condición, dándonos paso, de esa manera, hacia los caminos superiores por los cuales nos encauzamos.



El sufrimiento y el dolor tienen funciones espirituales, morales y físicas para el hombre terrestre. Es posible que esa situación no sea la misma en planetas más avanzados que el nuestro, en los cuales existe también humanidad, tal vez en otras dimensiones. Pero en el esquema planetario en que vivimos, ellos son, empero, importantes elementos para la evolución del hombre, a pesar de que no representen la tendencia de sus yoes superiores, como se vio.

El valor espiritual y evolutivo del sufrimiento y del dolor se encuentra en el hecho de que el hombre es llevado por ellos a concentrar sus fuerzas mentales en descubrir el motivo que lo llevó a tenerlos, y ser ayudado con ello a desidentificarse de su propio ego humano, núcleo que, como se sabe, está lleno de vicios y hábitos pasados. Separarse del ego, aunque sea rápida y temporariamente, produce considerable beneficio al Espíritu cósmico que habita dentro del hombre, que puede así confirmar en él el verdadero origen no-egoico y noterrestre de su naturaleza. Tal proceso, repetido sistemática y cíclicamente en el curso de su vida, produce transformaciones profundas y benéficas en su consciencia.

A través de la concentración, aunque sea momentánea, en un estado que no es del ego humano, la Fe puede descender de la cuarta dimensión hacia el yo consciente, y puede manifestarse la energía de la Voluntad-Poder, que nos posibilita mantener el orden, el coraje y la calma. En situaciones normales de felicidad, o de tranquilidad aparente, esa energía, aún escasa para el hombre común, tiene menos ocasión de llegar hasta el área en la que él es consciente; sólo es capaz de atraerla una necesidad mucho mayor.



Desde el punto de vista moral, puede decirse que en el hombre no existe un carácter maduro y firme si él no se hubiera enfrentado aún con ciclos de sufrimiento y dolor. Quien ciertamente ya lo formó, lo conquistó así a través de experiencias vividas en el pasado, en la encarnación actual o en las anteriores. El éxtasis, que ocurre cuando el hombre se deslumbra por la manifestación de todo su propio potencial interior, sólo es posible cuando ya existe en él suficiente desarrollo en ese sentido; en caso contrario, allí medraría el orgullo.

Por carácter formado entendemos la capacidad de asumir el momento presente sin la menor vacilación; eso nada tiene que ver, en esencia, con aquello que denominamos temperamento. Mientras el temperamento es resultado de una situación circunstancial, que cambia a cada instante según el rayo energético del individuo o del ambiente que lo rodea, el carácter es resultado de una evolución superior. El temperamento produce elementos que continuamente deben ser trabajados y elevados, en cada encarnación, inclusive por la fusión y la mezcla con temperamentos opuestos que existen dentro del mismo ser. En el libro La Energía de los Rayos en Nuestra Vida, expuse exhaustivamente ese asunto, de forma que se pudiese ver cómo el carácter del individuo se desarrolla a través del trabajo en el temperamento.

Desde el punto de vista evolutivo y espiritual, el sufrimiento y el dolor, cuando se los acepta, son factores que impulsan el progreso; empero, cuando son rechazados por las capas superficiales del ser, dejan de producir ese hecho y pasan a constituir sólo una purificación de residuos de acciones, sentimientos y pensamientos negativos del pasado. Hablar del propio sufrimiento, compartiéndolo con otras personas por mero desahogo, o reaccionar contra su presencia, impide que el valor moral y espiritual, que sería producido por él, se instale en el carácter del individuo. En ese caso, lo que él experimenta no pasa de ser un mero hecho físico o psicológico.



Dentro de los motivos de sufrimiento moral más conocidos, se hallan algunas situaciones de "separación". No obstante, ellas son sólo aparentes. En verdad, no es posible que dos seres estén realmente separados, puesto que cada Espíritu individual es una pequeña prolongación del Espíritu Único, dentro del cual todos están esencialmente unidos. Sólo en las dimensiones físico-etérica, emocional y mental tenemos la ilusión de la ausencia del otro, cuando éste deja de ser percibido por nuestros sentidos corporales.

La experiencia de la "separación", que incluso tiene importante función en la formación del carácter, lleva finalmente al hombre a reconocerse unido indisolublemente con todo y con todos, y a saber que nada ni nadie está ausente de él en realidad. Tal percepción se alcanza a través de la correcta comprensión y aceptación del dolor producido por la separación aparente.

Las personas que tienen la propia mente trabajada transforman ese sentimiento en motivo de reflexión. A través del raciocinio y del estudio sobre tos diversos aspectos de una separación, su capacidad de ponderación crece y su discernimiento se depura, hasta que ellas lleguen a un estado de consciencia más elevado, en el que el amor desinteresado y altruista es posible. El amor incondicional no se desarrollaría en ellas si el sentido de posesión continuase confirmándose. Habiendo desarrollado la ponderación y perfeccionado el discernimiento, el hombre verá desde otro ángulo los impulsos, deseos y sentimientos, al igual que los diversos trastornos que lo afligen, y así será inducido a curarse en diversos niveles.



A su vez, el sufrimiento físico disminuirá en intensidad si no le damos importancia excesiva y sólo lo tratamos según sea necesario. Por otro lado, crecerá si lo alimentamos con miedos, dudas o rechazos -energía extra que sobre él colocamos. Ya sea que lo produzca alguna enfermedad, un accidente o cualquier otra molestia, el sufrimiento, en general, viene a advertirnos que algo que está fuera de orden sea reexaminado y transformado en nuestra vida. Empero, puede ocurrir que, en vez de volvernos hacia ese descubrimiento, seamos inducidos por nuestro cuerpo emocional a hallar satisfacción en aguzar el dolor, por no sentirnos compensados por la ayuda o por la compasión que a través de él obtenemos de nuestros semejantes. Cuando nos encauzamos por ese camino, el sufrimiento físico acaba por no cumplir totalmente el papel que tiene en nuestra evolución.

La primera de sus tareas, según la sabiduría antigua, es preparar al cuerpo para que sea menos susceptible a los desequilibrios, en las encarnaciones que se suceden. Por la acción de un dolor, muchos residuos de antiguos comportamientos desarmoniosos son "quemados" en las células, lo que las inmuniza contra futuras consecuencias que la ley del karma por cierto nos produciría.

La segunda tarea del sufrimiento físico es la de inducir al cuerpo a que aprenda a no pasar más por dolores agudos, siendo cumplida tras el comienzo de la conveniente expulsión o transformación de los referidos residuos. Por tanto, sólo puede desempeñársela si, por lo menos hasta cierto punto, se llevó adelante la primera, con la ayuda de nuestra comprensión. Si tuviéramos una actitud correcta ante el dolor, esto es, si no nos quejáramos y no nos tornáramos ansiosos por vernos libres de él, observaremos que irá a desaparecer cuando alcance cierto grado de intensidad. Saber que el cuerpo físico, al igual que los demás cuerpos del hombre, es capaz de soportar perfectamente lo que le cabe como experiencia inevitable, o sea, como experiencia enviada por los niveles superiores de su consciencia, puede auxiliarnos para que nos ubiquemos correctamente en relación con ello.

Una tercera tarea de la actuación del dolor se halla en un ciclo más sutil del desarrollo de la consciencia, y por él el individuo puede pasar sólo tras haber experimentado la consecución de las dos primeras.

En ese ciclo el sufrimiento pasa por una metamorfosis y aparece como un sentimiento de comodidad nunca antes experimentado, ni siquiera dentro de la mayor felicidad que pueda haber estado al alcance del hombre. Así, él aprende a percibir que la Alegría divina existe en cualquier situación y que puede hacerse aún más visible en los momentos de los cuales, al principio, parecía estar ausente.

Para nosotros se abrirá una etapa aún más avanzada que esa si aquellas tres primeras fueran desempeñadas por el sufrimiento físico. En ellas, las células manifiestan la luz que existe en su centro, irradiándola. A ese respecto, veremos una interesante experiencia que cierta vez me relataron.



Extracto de: CAMINOS PARA LA CURA INTERIOR
TRIGUEIRINHO

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