La purificación de las células.
Varios/Otros
El camino más adecuado para vivir las etapas de sufrimiento y dolor es atravesar con decisión y valor las pruebas que se nos presentan, tras haber comprendido el mecanismo que las mueve. Si a ello sumáramos la aspiración hacia la verdad, tendremos la llave para que crezcamos dentro de cualquier circunstancia. La paz que podemos experimentar a través de esos acontecimientos es mucho más real y amplia que aquélla, efímera, de los momentos de felicidad conocida por la personalidad en su vida común sobre la Tierra.
Tales verdades, que ya habían sido enunciadas por instructores que experimentaron, en sus cuerpos, el trabajo hecho por el sufrimiento, me fueron confirmadas a través de dos casos que tuve oportunidad de asistir.
El primero de ellos era el de una mujer que tenía un tumor maligno en el cerebro; el segundo, el de un hombre que escondía en aquella encarnación un tumor maligno en los intestinos, finalmente generalizado por todo el cuerpo. La experiencia de ambos fue edificante, desde el punto de vista de la ampliación de sus consciencias, ampliación que se reflejó en profundas transformaciones en las células de sus cuerpos físicos.
En los últimos días de aquella encarnación suya, la mujer, que padecía muchos dolores, me declaró que no sólo había aprendido a convivir con ellos, sino que también sentía un gran alivio en sus momentos más agudos. Me expresó que no existían palabras para describir en cuántos sentidos había cambiado sus puntos de vista sobre la mayoría de los hechos de la vida. Recuerdo que ella me transmitía un hondo contento, como si hubiera cumplido su tarea y, al verla, percibía de una forma sutil e intuitiva que mi mundo interior recibía muchos reflejos de lo que estaba ocurriendo con ella. Podía sentir con claridad como si a sus células físicas se las estuviera limpiando de antiguas impurezas que hasta entonces habían creado obstáculos para la gran liberación que, por fin, comenzaba a sentirse. De esta manera, por los efectos que observaba en mí mismo, vi el servicio que alguien que sufre puede prestar con coraje y equilibrio.
Junto al testimonio de vida verdadera e inalterable, de ella se irradiaba indudablemente una fuerte energía, reforzando las convicciones más profundas de mi ser.
El hombre que tenía el tumor en los intestinos, a su vez, llegó a un grado de comprensión aún más vasto. Su experiencia confirma las etapas de desarrollo de la consciencia, enunciadas al final del capítulo anterior, siendo por eso útil relatarla aquí. Era médico, estudioso y, por tanto, conocía y acompañaba, inclusive en términos técnicos, la trayectoria de la enfermedad que le fue dado vivir y, desde su comienzo, sabía que tendría que aprender a convivir con el dolor. El abuso que hiciera, cuando joven, de la energía sexual, se reflejaba ahora, según decía, en el proceso final de su encarnación. Siempre que sus órganos genitales sufrían, le venía a la mente el uso que hiciera de aquéllos, y era como si todos los antiguos conceptos que tenía sobre la utilización de la energía se reformularan en un nivel muy profundo de su ser. "Me duelen terriblemente los testículos", me dijo un día, "pero, de una forma misteriosa, ese hecho no me perturba más". Finalmente, cierta tarde de agonía, vio que un dolor muy agudo se transformó por entero en Alegría.
Me contaba de buen grado sus vivencias, pues consideraba que eso era una forma de compartirla con los otros. Lo que estaba ocurriendo en su cuerpo físico y en todo su ser le parecía, según me dijo, un modo de servir a la humanidad. No pensaba que todo aquello fuera sólo una experiencia suya sino que consideraba que ella implicaba una contribución para que los demás estuviesen abiertos al mismo proceso de purificación.
Cierta vez, volviendo del estado de sueño, sin estar, sin embargo, completamente despierto, se encontró en un lugar que no era físico, pero que era perceptible a su consciencia. Allí oía, con los órganos interiores de los sentidos, "sonidos" que producían en su ser una elevación indescriptible en la cual toda su sensibilidad se refinaba, hasta que comenzó a percibir un punto luminoso dentro de cada célula de su cuerpo "doliente". La red formada por ellas se tornaba cada vez más nítida, y todo su cuerpo, visto desde el centro de cada célula, se transformaba para él en una sola luz. Durante esa experiencia, él comprendía que la vida es indestructible, y que está presente, en esencia, dentro y fuera del cuerpo, como una totalidad. El no podía sentirse separado de cosa alguna: sólo veía que brillaba una luz única.
Poco a poco, el estado de vigilia empezó a predominar, mientras el sueño se iba alejando. A medida que eso ocurría, él retornaba a la experiencia con el dolor físico. Empero, percibía que aquélla no lo tocaba más, y tampoco le impedía continuar sintiéndose como "luz". Todo su ser había alcanzado un estado de consciencia más elevado.
Estuve con él pocas horas después de esa vivencia. A través del brillo que había en sus ojos, se podía ver la luz a la cual se refería en su relato. "Ahora el cuerpo está doliendo terriblemente", me decía, "pero es como si yo no lo sintiese". Además de que el dolor se había tomado inocuo a medida que lo asumía, ahora todos los conceptos antiguos que sobre él aún existían en el cuerpo mental habían sido eliminados por la consciencia recién adquirida.
Uno de los últimos grandes instructores que, para auxiliar a la evolución de los hombres, encarnó sobre la Tierra, efectuó algunas declaraciones que aclaran ese proceso de purificación y reconocimiento de la luz existente en el cuerpo físico. Dijo que el cuerpo es capaz de "comprender" muchas cosas y que, si le hiciéramos entender metódicamente que él es la expresión exterior de una realidad interior, veremos desaparecer de nosotros el miedo al dolor, así como la depresión que el sufrimiento físico que pueda producir.
Dijo también que, ante desastres, cataclismos o casos de desencarnación colectiva, si cada individuo explicara al propio cuerpo que los hechos del destino son previamente planificados, no ocurren por casualidad y obedecen a un Orden Universal, verá que él podrá comprender la situación y tener, en esas circunstancias, un comportamiento que está lejos de ser sólo automático o inconsciente.
Es bueno también que el cuerpo físico aprenda a desapegarse de la energía del alma que abriga en sí, para que, en el momento en que el individuo desencarne, la salida de esa energía sea fácil, llevando armonía al plano astral-emocional por el cual poco después pasa. En la actualidad, en que tantas transformaciones planetarias ocurren en todas las dimensiones de la órbita terrestre, en la que los efectos de la destrucción de antiguas formas de vida se hacen sentir tan fuertemente, es bueno tener conocimiento, de modo especial, de esas instrucciones prácticas.
En una fase más avanzada de esa relación consciente con el propio cuerpo físico, se le puede transmitir la confianza que se tiene en la realidad de la presencia de la energía cósmica en el centro del propio ser. Eso lleva tiempo para que se haga, pero tiene gran repercusión. Cuando con nuestra actitud confirmamos el dolor y el sufrimiento, los vemos crecer; pero, cuando afirmamos la presencia de la energía cósmica en nosotros, vemos que nuestro cuerpo presenta un comportamiento totalmente nuevo ante los procesos de purificación por los cuales pasamos.
En Salud y Curación en Yoga (Health and Healing in Yoga), antología de las experiencias de la Madre sobre la salud, se dice que la quietud y la concentración correcta de la energía en un punto central de la consciencia producen la paz en los cuerpos mental y emocional, hasta cuando el cuerpo físico sufre algún dolor. Si esa paz llega a alcanzar el polo de las energías emocionales, será conducida hacia donde el dolor se localiza. Sin embargo, no siempre eso es suficiente para resolver la cuestión del sufrimiento físico del hombre, pues, según ese librito, es necesario también que él lleve a cada célula la consciencia divina de su ser.
¿Cómo hacer eso?.
Se transmite a las células del cuerpo físico la realidad de la presencia divina dentro de él "pensándose" en ella y desarrollando la capacidad de serena atención. Así, por la fidelidad a ese pensamiento, y por la fe en esa presencia, se va moldeando la propia mente hacia la nueva comprensión que desciende entonces de los niveles superiores. Para que ese proceso ocurra completa y profundamente, penetrando a todo el hombre con la vibración de su consciencia divina, nunca está de más tener presente, en esta época de caos, que la unidad de la vida es lo que cuenta, y no los fragmentos de ella, armoniosos o no, que se reflejan en los hechos aparentes. Por tanto, ninguno de ellos debería desviar al individuo de su pensamiento central. El camino más rápido y simple para la unificación de los cuerpos de su personalidad con su ser profundo es la fidelidad a esa idea básica, que va siendo amparada y renovada por el amor-sabiduría del impulso interior que lo colocó en esa búsqueda.
Habiendo esa fidelidad, el amor estará siempre presente en toda circunstancia de su vida, incluso bajo formas que él no pueda aún comprender.
Desde los orígenes de la Tierra hubo Instructores que entregaron a la humanidad la suma de sus conocimientos. Todo aquello que hasta el momento tuvimos condiciones de comprender, asimilar y practicar nos fue transmitido por ellos. En el principio de los tiempos, esa sabiduría (que era inclusive terrestre) nos fue pasada oralmente, y, después, habiendo quedado grabada en el éter planetario, pasó a ser "leída" por los clarividentes. Al ser esto así, incluso en ausencia de instructores encarnados, el conocimiento está disponible para todos aquellos que tengan acceso consciente a los planos más sutiles de la vida -y, por procesos varios, ese conocimiento se renueva y amplía de modo continuo.
Es necesario aclarar aquí que hay gran diferencia entre videncia y clarividencia. Una persona muy evolucionada me dijo años atrás que meditar, verdaderamente, no sería ver cosas. Me dijo que, mientras yo estuviese "viendo" algo en aquellos momentos en que procuraba aquietarme, no estaría, de hecho, meditando.
De inmediato comprendí intelectualmente esa instrucción, pero me faltaba vivirla. Empero, después de eso, la tendencia a "ver" cosas fue desapareciendo poco a poco, y los raros símbolos que me eran mostrados producían solamente lo indispensable para la comprensión de ciertas situaciones vivenciales, como el "sueño de la flor", narrado al principio de este libro.
Entonces tuvo comienzo en mi vida un proceso en el que yo iba adquiriendo comprensión más profunda de los acontecimientos. A medida que pasaba a comprender sin "ver" ni "oír" interiormente, todo comenzaba a quedar más claro para mí. Hoy puedo percibir, en determinada situación, lo que necesito saber para mi acción inmediata. A pesar de estar consciente de que siempre existen otros diversos puntos de vista sobre el mismo asunto y, por tanto, la posibilidad de distintos modos de actuar ante una única situación vivencial, me siento más seguro hoy que cuando "veía" cuadros explicativos. Percibo que esto que participo puede ser útil a muchos que estén viviendo, hoy, esa misma experiencia.
En una visión existen siempre elementos de nuestro cuerpo mental, y es preciso aprender a percibir la realidad a través de esos residuos... Es cierto que se la puede "leer" en ellos de manera correcta, pero hay caminos más directos. Por ejemplo, en este momento, "sé" lo que es necesario purificar en mí enseguida y, junto con ese "saber", me viene la consciencia de la necesidad de permitir que eso acontezca. Como se sabe, la purificación está presente hasta el fin de la evolución que el individuo efectúa a través de sus encarnaciones sucesivas, y sigue ocurriendo incluso habiendo terminado la etapa reencarnatoria y estando en evolución en las dimensiones suprafísicas.
"Leer" en el éter no es, por tanto, como ver cuadros en un video: es un "saber". Ocurre a través de un proceso imposible de describir, pero tanto mejor que así sea, pues de esa forma cada individuo tendrá su propia experiencia en ese campo, sin posibilidad de compararla con la de otros, lo cual sería un hábito nocivo para su crecimiento interior. En verdad, nuestra vivencia puede servir para inspirar a quienes estén abiertos como para valerse de ella como un eventual punto de referencia -pero lo que cada uno tiene que vivir es sagrado y necesita ser vivido.
Mientras el cuerpo físico duerme, o mientras el hombre trata de meditar, el ser puede pasar por un aprendizaje especial en otras dimensiones, hecho que también se considera una cura. Cuanto más sutiles sean, menos probabilidad tiene ese aprendizaje de reflejarse en la mente del individuo en la forma de una "visión". Comprenderla consciente y directamente es lo que llamamos aquí clarividencia.
Como ya dijimos, la actual ausencia de grandes instructores en la Tierra no significa que la enseñanza avanzada haya quedado fuera del alcance de los hombres; por el contrario, ella sigue accesible, como se ve inclusive por mucho de lo que hoy se capta a través de los extraterrestres. Las impresiones que se reciben en las otras dimensiones son asimiladas por el ser, independientemente de que lo "consciente" las registre. En ciertos casos, eso puede asegurar mayor pureza en la absorción de la enseñanza. Durante el sueño, por ejemplo, o en los intentos de meditación, la posibilidad de apertura hacia los niveles superiores de consciencia aumenta. El cuerpo astral-emocional del Individuo, o su cuerpo mental, puede entonces recibir, de modo más intenso, la irradiación y la instrucción de seres que consiguieron mayor grado de liberación.
Ese proceso, que lleva a la cura, es muy común hoy en día, pero normalmente no llega hasta el yo consciente, aunque el individuo tenga la capacidad de videncia. Empero, si mantuviera la Fe en la existencia de una vida única e infinita, y si la armonía fuera cultivada en sus actos, emociones y pensamientos, él podrá percibir, a través de la clarividencia, que la energía de cura penetra hasta los niveles más materiales de su ser, instalándose en ellos y reflejando allí la beatitud divina. Ese descenso de la energía de cura puede ocurrir, empero, hasta sin que se lo perciba. Ocurrirá a corto, mediano o largo plazo, dependiendo del estado de los cuerpos de la personalidad del hombre y, principalmente, de su decisión de dirigirse con firmeza hacia su meta única y evolutiva, sin dejarse engañar por metas secundarias.
Hay individuos que, a pesar de beneficiarse con la cura espiritual, no pueden percibirla clarividentemente por el hecho de que aún conservan en sí alguna forma de ambición. Como se sabe, la ambición puede seguir formando parte de la naturaleza humana, incluso cuando la consciencia ya alcanzó un ciclo más o menos avanzado de evolución. En ese caso, asume la forma de ansia por adquirir poder sobre los hechos espirituales.
Muchos videntes sufren de ese mal, y por ello se les impide ampliar su percepción. Su visión seguirá oscurecida mientras el deseo y el egoísmo predominen en su ser y determinen su acción. Sin embargo, si en vez de seguir sus propios deseos, pasaron a atender necesidades reales y si, en vez de tener su atención centrada en sí mismos, se volvieran hacia sus semejantes, habrá posibilidad de que obtengan lucidez mental y de que actúen más correctamente. Manteniéndose en esa línea, sólo les restará observar los resultados producidos por la experiencia, para evaluar, a través de ellos, su acción, y ver dónde ella. podría ser perfeccionada. Finalmente, una paz que trasciende toda comprensión regirá sus pasos.
Extracto de: CAMINOS PARA LA CURA INTERIOR
TRIGUEIRINHO
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