El efecto del pensamiento sobre las circunstancias.
Varios/Otros
La mente de un hombre podría compararse con un jardín que puede ser cultivado inteligentemente o abandonado a su suerte; pero, tanto si es cultivado como si es abandonado, dará frutos. Si no se le plantan semillas útiles, entonces una abundancia de semillas inútiles caerá en él y se seguirán reproduciendo.
Del mismo modo que un jardinero cultiva su terreno quitando las malas hierbas, plantando las flores y frutos que necesita, así puede un hombre cuidar el jardín de su mente, limpiándola de todos los malos, inútiles e impuros pensamientos, cultivando hacia la perfección las flores y los frutos de pensamientos correctos, útiles y puros. Siguiendo este proceso, el hombre descubre tarde o temprano que es el maestro jardinero de su alma, el director de su vida. También revela en su interior las leyes del pensamiento, y comprende, con una exactitud cada vez mayor, cómo las fuerzas del pensamiento y los elementos de la mente operan en la formación de su carácter, circunstancias y destino.
Pensamiento y carácter son uno, y como el carácter sólo se puede descubrir y manifestar a través del entorno y las circunstancias, las condiciones externas de la vida de una persona siempre resultarán estar armoniosamente relacionadas con su estado interno. Esto no significa que las circunstancias de un hombre en cualquier momento sean un indicativo de todo su carácter, sino que esas circunstancias están tan íntimamente conectadas con algún elemento de pensamiento vital dentro de sí mismo que, de momento, son indispensables en su desarrollo.
Cada hombre está donde está por la ley de su ser; los pensamientos que ha construido en su carácter lo han llevado hasta ahí, y en el estado de su vida no hay ningún elemento del azar, sino que todo es el resultado de una ley que no falla. Esto también se aplica a aquellos que sienten «que no están en armonía» con su entorno y a los que están a gusto en él.
Como un ser que progresa y evoluciona, el hombre está donde está para aprender y crecer; al aprender la lección espiritual que cada circunstancia contiene, ésta se desvanece y da lugar a otras circunstancias.
El hombre es golpeado por las circunstancias mientras continúa creyendo que es una víctima de las circunstancias externas, pero cuando se da cuenta de que es un poder creador, y que puede dirigir a las escondidas semillas de su ser, de las cuales surgen las experiencias, se convierte entonces en amo y señor de sí mismo.
Todo hombre que haya practicado el autocontrol y la autopurificación durante algún tiempo sabe que las circunstancias surgen del pensamiento, pues habrá notado que el cambio en sus circunstancias ha estado en el mismo radio que el cambio en su condición mental. Esto es tan cierto que cuando un hombre se aplica inteligentemente a remediar los defectos de su carácter, produce un cambio y un marcado progreso y pasa rápidamente por una sucesión de vicisitudes.
El alma atrae aquello que secretamente abriga, aquello que ama y también aquello que teme; alcanza la altura de sus ansiadas aspiraciones, cae al nivel de sus impúdicos deseos –y las circunstancias son los medios por los cuales recibe lo suyo.
Cada semilla de pensamiento plantada o que se deja caer en la mente y echar raíces allí, produce lo suyo, floreciendo tarde o temprano en un acto y dando su propio fruto de oportunidad y circunstancia. Los buenos pensamientos dan buenos frutos, los malos pensamientos dan malos frutos.
El mundo exterior de las circunstancias toma forma en el mundo interno del pensamiento, y tanto las condiciones externas placenteras como las no placenteras son factores que contribuyen al bien final del individuo. Como segador de su propia cosecha, el hombre aprende tanto del sufrimiento como de la felicidad.
Al seguir sus más íntimos deseos, aspiraciones y pensamientos, por los que se deja dominar (persiguiendo la voluntad de impuras imaginaciones o caminando resueltamente por la senda del fuerte y elevado empeño), un hombre llega finalmente a su realización en las condiciones externas de la vida.
Las leyes de crecimiento y ajuste se manifiestan.
Un hombre no llega a una residencia para pobres o a la prisión por la tiranía del destino o las circunstancias, sino por el camino de sus malos pensamientos y bajos deseos. Tampoco un hombre de mente pura cae repentinamente en el crimen debido a la presión de ninguna fuerza externa; el pensamiento criminal había estado secretamente abrigado en su corazón durante mucho tiempo, y el momento de la oportunidad reveló su guardado poder. Las circunstancias no hacen al hombre, le son reveladas. Las condiciones, como caer en el vicio y los sufrimientos que eso conlleva, no pueden existir sin las inclinaciones viciosas, así como el ascenso a la virtud y su pura felicidad no pueden existir sin el continuo cultivo de aspiraciones virtuosas; por eso el hombre, como amo y señor del pensamiento, es el hacedor de sí mismo y el creador y autor de su entorno. Incluso al nacer el alma toma posesión de lo suyo, y en cada paso de su peregrinaje por la Tierra atrae aquellas combinaciones de circunstancias que se revelan, que son
los reflejos de su propia pureza o impureza, su fuerza o su debilidad.
El hombre no atrae aquello que quiere, sino aquello que es. Sus caprichos, deseos y ambiciones son frustrados a cada paso, pero sus más íntimos pensamientos y deseos se alimentan con su propia comida, sea ésta sucia o limpia. La «divinidad que da forma a nuestros propósitos» está en nuestro interior; es nuestro propio ser. El hombre se pone las esposas a sí mismo: el pensamiento y la acción son los carceleros del Destino –encarcelan, al ser bajos–; y son también los ángeles de la libertad –liberan, al ser nobles–. No es aquello que desea y por lo que reza lo que el hombre consigue, sino lo que se gana con justicia. Sus deseos y plegarias sólo son gratificados y respondidos cuando están en armonía con sus pensamientos y acciones.
A la luz de la verdad, ¿cuál es, entonces, el significado de «luchar contra las circunstancias»?
Significa que el hombre está continuamente rebelándose contra los efectos, mientras que al mismo tiempo está nutriendo y preservando la causa en su corazón. Esa causa puede tener la forma de un vicio consciente o de una debilidad inconsciente; pero, sea lo que sea, tercamente retrasa los esfuerzos de su poseedor, y entonces pide un remedio a gritos.
Los hombres están ansiosos por mejorar sus circunstancias pero no quieren mejorarse a sí mismos; y, como consecuencia, permanecen atados. El hombre que no se encoge ante la autocrucificción no puede fracasar en la consecución del objetivo que alberga en su corazón. Esto es tan cierto en los asuntos terrenales como en los celestiales. Incluso el hombre cuyo único objetivo es adquirir riqueza debe estar preparado para realizar grandes sacrificios personales antes de conseguir su objetivo, y ¿cuánto más aquel que quiere alcanzar una vida fuerte y bien equilibrada?
He aquí un hombre que es desdichadamente pobre.
Está extremadamente ansioso por mejorar su entorno y las comodidades de su hogar, pero, sin embargo, rehúye su trabajo, y considera que intentar engañar a su patrón está justificado por la insuficiencia de su sueldo. Tal hombre no comprende las bases más simples de aquellos principios que son la base de la auténtica prosperidad, y no solamente está totalmente incapacitado para elevarse por encima de su desgracia, sino que en realidad está atrayendo una desgracia aún mayor morando y actuando con pensamientos indolentes, engañosos y cobardes y permaneciendo en ellos.
He aquí un hombre rico que es víctima de una enfermedad dolorosa y persistente a raíz de su glotonería.
Está dispuesto a dar grandes sumas de dinero para liberarse de ella, pero es incapaz de sacrificar su glotonería. Quiere gratificar su gusto con alimentos ricos y poco naturales y, al mismo tiempo, tener buena salud. Un hombre así está totalmente incapacitado para tener buena salud, porque aún no ha aprendido los principios de una vida saludable.
He aquí un patrón que emplea torcidas medidas para evitar tener que pagar el salario establecido y, con la esperanza de ganar más dinero, reduce los sueldos de sus trabajadores. Un hombre así está totalmente incapacitado para la prosperidad, y cuando se encuentra en la bancarrota, tanto en lo que respecta a la riqueza como a su reputación, le echa la culpa a las circunstancias, sin saber que él es el único autor de su condición.
He presentado estos tres casos como mera ilustración de la verdad de que un hombre es el causante (aunque casi siempre inconscientemente) de sus circunstancias y que, aunque desea un buen fin, está continuamente frustrando su logro al alentar deseos que no pueden armonizar de ninguna manera con ese fin. Tales casos se podrían variar y multiplicarse infinitamente, pero no es necesario, pues el lector puede, si lo desea, trazar la acción de las leyes del pensamiento en su propia mente y vida; hasta que no lo haga, los meros hechos externos no pueden servir de base para el razonamiento.
Las circunstancias, sin embargo, son tan complicadas, el pensamiento está arraigado tan profundamente, y las condiciones para la felicidad varían tanto de un individuo a otro, que la condición total del alma de un hombre (aunque puede ser que él la conozca) no puede ser juzgada por otro a partir únicamente de los aspectos externos de su vida. Un hombre puede ser honesto en ciertos aspectos y, sin embargo, sufrir privaciones; un hombre puede ser deshonesto en ciertos aspectos y, sin embargo, obtener riquezas; pero la conclusión que normalmente se forma de que un hombre fracasa por su propia honestidad, y de que el otro prospera por su propia deshonestidad, es el resultado de un juicio superficial que asume que el hombre deshonesto es casi totalmente corrupto, y que el hombre honesto es casi totalmente virtuoso.
A la luz de un conocimiento más profundo y de una experiencia más amplia, se descubre que tal juicio es erróneo. El hombre deshonesto puede tener algunas virtudes admirables que el otro no posee, y el hombre honesto puede tener vicios detestables que están ausentes en el otro. El hombre honesto recoge los buenos resultados de sus honestos pensamientos y actos, pero también atrae los sufrimientos que sus malos pensamientos producen.
De igual manera, el hombre deshonesto recoge su propio sufrimiento y felicidad.
Es placentero para la vanidad humana creer que uno sufre por su propia virtud, pero hasta que un hombre no extirpa todo pensamiento amargo, enfermizo e impuro de su mente, y ha lavado cada mancha de su alma, no está en posición de saber y declarar que sus sufrimientos son el resultado de sus buenas y no de sus malas cualidades.
Y en el camino hacia la suprema perfección, mucho antes de alcanzarla, habrá encontrado, trabajando en su mente y en su vida, la Gran Ley que es absolutamente justa y que no puede, por esa razón, dar bien por mal ni mal por bien. Poseído por tal sabiduría entonces sabrá, mirando atrás hacia su pasada ignorancia y ceguera, que su vida está, y siempre estará, justamente ordenada, y que todas sus experiencias pasadas, buenas o malas, fueron el resultado equitativo de estar en evolución, pero aún sin evolucionar.
Los buenos pensamientos y acciones nunca pueden producir malos resultados; los malos pensamientos y acciones nunca pueden producir buenos resultados. Esto es como decir que no puede salir del maíz más que maíz, y de las ortigas nada más que ortigas. Los hombres entienden esta ley en el mundo natural, y trabajan con ella; pero pocos la comprenden en el plano mental y moral (aunque su operación ahí es igual de simple e inequívoca) y, por esa razón, no cooperan con ella.
El sufrimiento es siempre el resultado del pensamiento equivocado en alguna dirección. Es un indicativo de que el individuo no está en armonía consigo mismo, con la ley de su ser. El único y supremo sentido de su sufrimiento es purificar y quemar todo lo que es inservible e impuro. El sufrimiento cesa para aquel que es puro. No tiene objeto quemar el oro cuando las impurezas han sido extraídas, y un ser perfectamente puro e iluminado no podría sufrir.
Las circunstancias con las que se enfrenta un hombre que sufre son el resultado de su propia falta de armonía mental; aquéllas con las que se encuentra un hombre feliz son el resultado de su propia armonía mental. La felicidad, no las posesiones materiales, es la medida del pensamiento correcto; la desdicha, no la falta de posesiones materiales, es la medida del pensamiento incorrecto.
Un hombre puede estar maldecido y ser rico, puede estar bendecido y ser pobre. Las bendiciones y las riquezas sólo están unidas cuando las riquezas son usadas correcta e inteligentemente, y el hombre pobre sólo desciende a la desdicha cuando contempla lo suyo como una carga que se le ha impuesto injustamente.
La indigencia y la indulgencia son dos extremos de la desdicha, ambas son igualmente poco naturales y son el resultado del desorden mental. Un hombre no está correctamente condicionado hasta que es un ser feliz, sano y próspero; y la felicidad, la salud y la prosperidad son el resultado de un ajuste armonioso de lo interior con lo exterior, del hombre con su entorno.
Un hombre sólo comienza a ser un hombre cuando deja de quejarse e injuriar, y empieza a buscar la justicia escondida que regula su vida. Y mientras adapta su mente a ese factor regulador, deja de acusar a otros como causantes de su condición y se autoconstruye con pensamientos fuertes y nobles; deja de dar patadas a las circunstancias y las empieza a utilizar como ayuda para su progreso, como medio para descubrir los poderes ocultos y las posibilidades en su interior.
La ley, no la confusión, es el principio dominante del universo; la justicia, y no la injusticia, es el alma y la sustancia de la vida; el buen obrar, y no la corrupción, es la fuerza en movimiento que gobierna el mundo espiritual. Siendo así las cosas, el hombre no tiene más que enderezarse para encontrar que el universo está bien; encontrará que, al cambiar sus pensamientos hacia las cosas y hacia otras personas, las cosas y las personas cambiarán hacia él.
La prueba de esta verdad está en cada persona y, por esa razón, es fácil de investigar mediante una introspección y un autoanálisis sistemáticos. Deja que un hombre cambie radicalmente sus pensamientos y se sorprenderá con la rápida transformación de las condiciones materiales de su vida.
Los hombres creen que los pensamientos se pueden mantener en secreto pero no es así, se cristalizan rápidamente en el hábito, y el hábito se solidifica en las circunstancias.
El pensamiento brutal se cristaliza en los hábitos de la bebida y la lujuria, que se materializan en circunstancias de indigencia y enfermedad; los malos pensamientos de cualquier tipo se cristalizan en hábitos enervantes y confusos que se solidifican en circunstancias desviadoras y adversas; los pensamientos de miedo, duda, e indecisión cristalizan en hábitos débiles, cobardes e irresolutos, que se solidifican en circunstancias de fracaso, indigencia y dependencia servil; los pensamientos perezosos se cristalizan en hábitos de poca higiene y deshonestidad que se solidifican en circunstancias de suciedad y mendicidad; los pensamientos de odio y condena cristalizan en hábitos de acusación y violencia que se solidifican en circunstancias de injuria y persecución; los pensamientos egoístas de todo tipo cristalizan en hábitos de autobúsqueda que se solidifican en circunstancias cada vez más dolorosas.
Por otro lado, los pensamientos hermosos de todo tipo se cristalizan en hábitos de gracia y generosidad que se solidifican en circunstancias geniales y luminosas; los pensamientos puros cristalizan en hábitos de templanza y autocontrol que se solidifican en circunstancias de reposo y paz; los pensamientos valientes, de confianza en uno mismo y de decisión cristalizan en hábitos de valentía que se solidifican en circunstancias de éxito, abundancia y libertad; los pensamientos enérgicos cristalizan en hábitos de limpieza y productividad que se solidifican en circunstancias agradables; los pensamientos de bondad y perdón cristalizan en hábitos bondadosos que se solidifican en circunstancias protectoras y preservadoras; los pensamientos amorosos y libres de egoísmo cristalizan en hábitos de autoolvido por otros, lo cual se solidifica en circunstancias de prosperidad y auténticas riquezas, seguras y permanentes.
Un tipo de pensamiento particular en el que se persista, ya sea bueno o malo, produce siempre resultados en el carácter y las circunstancias. Un hombre no puede escoger sus circunstancias directamente, pero puede escoger sus pensamientos y así, indirectamente pero con seguridad, le da forma a sus circunstancias.
La naturaleza ayuda a todo hombre en la gratificación de los pensamientos que él más alienta, y las oportunidades que se presentan son aquellas que más rápidamente traen a la superficie tanto los buenos como los malos pensamientos.
Deja que un hombre abandone los malos pensamientos y el mundo entero se suavizará para él y estará listo para ayudarle; déjalo que abandone sus pensamientos de debilidad y enfermedad y, ¡oh!, las oportunidades le lloverán para ayudarle en sus sólidas resoluciones; déjalo que aliente sus buenos pensamientos y ningún duro destino lo llevará a la desdicha y la vergüenza. El mundo es tu caleidoscopio, y las variadas combinaciones de colores que se te presentan en cada momento sucesivo son las imágenes exquisitamente ajustadas de tus pensamientos que siempre están en movimiento.
Serás lo que deseas ser; deja que el fracaso encuentre su falso contenido en ese pobre mundo, «el entorno», pero el espíritu lo desdeña y es libre.
Domina el tiempo, conquista el espacio; intimida a ese alardeante embustero, el azar, y ordena a la tiránica circunstancia sin corona, que ocupe el lugar de un sirviente.
La voluntad humana, esa fuerza invisible, hija de un Alma inmortal, puede abrirse camino hacia cualquier objetivo, aunque haya paredes de granito de por medio.
No te impacientes con el retraso, mas espera como alguien que comprende.
Cuando el espíritu se eleva y ordena, los dioses están prestos a obedecer.
Extracto de: Como un hombre piensa, así es su vida
james allen
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