Los cinco elementos de la experiencia humana.
Varios/Otros
Dentro de la experiencia de vida de cualquier ser humano están presentes los siguientes cinco elementos: propósito, destino, misión, función e intención.
- El propósito
Existe un propósito de amor que nos trajo al mundo de la materia; es el propósito perfecto de aprender dos cosas:
a) Ser feliz por uno mismo, es decir, no depender de nada ni nadie para tener paz interior y felicidad.
b) Amar al prójimo como a uno mismo, esto es, respetar los derechos de todos los seres del Universo.
Pero esto, ¿cómo se aprende? Aquí es donde vamos a comprobar la perfección del diseño pedagógico de la Divinidad. En primer lugar, para realizar el ejercicio de aprender a ser feliz por uno mismo es necesario vivir en un lugar, con unas personas y en unas circunstancias donde todo lo que suceda alrededor sea más o menos agresivo, para que uno se dé cuenta de que el problema no es lo que pasa alrededor, sino la forma en que uno se relaciona con ello, el rechazo y la resistencia que se ejerce.
Para aprender la segunda parte de lo que supone amar al prójimo, respetarlo tal cual es, no quererlo cambiar, no ejercer resistencia ante los demás, es necesario vivir en un lugar donde las personas que nos rodean piensen diferente, tengan costumbres distintas y crean cosas diversas; de este modo aprenderemos a amarlos como son, sin juzgarlos ni condenarlos. Así se cumple el propósito de amor, la razón por la cual estamos en éste planeta.
Hace más de 2.000 años, el Maestro Jesús nos enseñó esto cuando dijo:
«Ama a tus enemigos»; porque no son enemigos, sino personas que piensan diferente.
Ser feliz significa experimentar cero sufrimiento ante lo que pasa, y amar implica ejercer cero resistencia ante los demás. La sabiduría es igual al amor, no al sentimiento. A la persona que tiene amor le importan mucho los demás, pero no sufre; a la persona que no tiene sabiduría pero sí bondad le importan mucho los demás, pero sufre mucho; y al que no le importan, el indolente, el indiferente, no tiene sabiduría ni bondad.
- El destino
El destino es lo que vinimos a aprender del mundo de la materia, a manejar las siete herramientas de amor para gozar de paz invulnerable; es una gran oportunidad para aprender lo que nos falta.
Todos traemos con nosotros un destino inevitable y valioso. La cultura nos enseña a tratar de evitarlo en lugar de a aprovecharlo. Pero los seres humanos tenemos la capacidad para disfrutar cualquier cosa que hagamos, porque esa capacidad es intrínseca a nuestra condición humana. Así que cuando una persona, por ejemplo, dice a su hijo: «Siempre tienes que hacer lo que te gusta», le genera un bloqueo inmenso.
El destino es un diseño pedagógico cuyo propósito es permitirnos verificar y descubrir la información que rige el Universo y su orden perfecto. Por lo tanto, el destino es nuestra mejor oportunidad para transcender la totalidad de las limitaciones humanas. En lugar de quejarnos de las dificultades que la vida nos presenta, aprovechémoslas como una gran oportunidad para transcenderlas, porque entonces desaparecerán para siempre. Si no aprendemos de las dificultades, lejos de desaparecer, se complicarán, se mantendrán y se volverán permanentes porque no estamos aprendiendo de ellas.
Un trauma no se origina en experiencias de vidas pasadas, sino ahora mismo; nosotros no traemos los traumas de experiencias anteriores, puesto que nuestra personalidad es totalmente nueva en cada experiencia. Lo que sí traemos, porque tiene una relación directa con experiencias anteriores, es el diseño del destino; éste se renueva en cada experiencia de vida pero tiene una conexión directa con la experiencia anterior.
- La misión
La misión es lo que podemos enseñar en el mundo de la materia. Hay que disfrutarla intensamente, sea parte de la propia función o no.
La misión permite recuperar la energía que uno invierte en el ejercicio de aprender a ser feliz. Misión es lo que ya se ha comprendido, lo que ya se sabe; por lo tanto, es posible usarlo para servir a los demás y se disfruta intensamente.
Tanto la misión como el destino están representados en la personalidad: el destino como el sistema de creencias y la misión como la comprensión. En la medida en que vamos transmutando la ignorancia en comprensión y sabiduría, cada vez poseemos más misión y más satisfacción.
- La función
La función es lo que hacemos para ganar nuestro sustento. Sabemos que todos los seres vivos tienen una función dentro del orden del Universo.
Necesitamos sabiduría para asumirla con alegría, entusiasmo y total capacidad de acción y servicio, aunque no sea parte de la propia misión. La función no consiste en “ganarse la vida” —la vida no se gana, porque es un don divino—; lo que nos ganamos es el sustento de esta entidad biológica, de este cuerpo.
El sustento, pues, lo tenemos garantizado como resultado de la función.
Quien es feliz y disfruta de lo que hace siempre tendrá abundancia de recursos.
- La intención
La intención es lo que queremos para nosotros o para los demás. Es importante orientar la intención de forma que no interfiera con los destinos de los demás ni trate de evitar el propio destino.
La intención es el elemento más complejo de la experiencia humana, porque el sentimiento, así como la idea de bondad y las demás ideas que nos ha transmitido la cultura nos llevan constantemente a tratar de interferir en el destino de los demás. Si pudiéramos aceptar que el destino es algo extraordinario, y no algo “malo”, que supone la mejor oportunidad de la que disponemos para que se cumpla lo que vinimos a hacer al mundo, entonces dejaríamos de estar en conflicto con el destino de las otras personas.
Pero, ¿qué sucede, por ejemplo, si tenemos a nuestro lado a un anciano que no quiere tomar sus medicinas ni cuidarse de la manera en que nosotros creemos que debe hacerlo? ¿Qué podemos hacer para no interferir? Dentro de los límites de la ética médica —respeto a la vida humana— hay un margen muy amplio, y el problema reside en que siempre queremos que las cosas funcionen como nos parece adecuado. Así, según este ejemplo, creemos que el anciano debe cuidarse para que siga acompañándonos más tiempo, sin tener en cuenta su calidad de vida. Pero el enfermo debe tener la opción de no someterse a terapias agresivas; del mismo modo, un fumador de toda la vida quizá preferirá seguir fumando también en sus últimos años; o alguien que tiene prescrito reposo absoluto preferirá andar y vivir auténticamente aunque sea menos tiempo.
Es decir, puede ser que la persona piense en otra posibilidad totalmente diferente, como que lo que tenía que hacer en esta vida, sus posibilidades de acción o de aprendizaje, ya concluyeron, y que más bien desea partir para renovar todas sus estructuras. Entonces entran en juego los egos: queremos que esté más tiempo en nuestra compañía, deseamos que sane, que “sea feliz”... Esos “quieros” son la causa del sufrimiento.
Por tanto, ¿qué sería más sabio y amoroso en este caso? Decir al anciano algo parecido a esto: «Para mí lo más importante eres tú, no yo —esto sería un principio de amor—. Lo más importante no es que tú me acompañes para satisfacer mi ego, sino que encuentres tu camino en el Universo; por lo tanto, cuenta conmigo para proporcionarte todo lo que esté a mi alcance, y cuenta también con mi respeto, para que uses solamente lo que decidas usar».
Siguiendo con el ejemplo, si esta persona no quiere comer o tomarse las medicinas, ¿quiénes somos los demás para obligarla? Y ¿para qué lo hacemos?.
La condición que ha llevado a esa persona a que se deteriore su salud es parte de su propio proceso, no del nuestro, así que ¿por qué razón no vamos a respetarlo? Porque entra en juego el “quiero”, también llamado egoísmo inconsciente.
Querer que el otro sea feliz a nuestra manera, es un comportamiento egoísta. En su lugar, habría que decirle otra cosa desde el amor: «Yo soy capaz de ser feliz aceptándote como eres, no a mi manera».
Para tener claro el propósito, aprovechar el destino, disfrutar de la misión, asumir la función y manejar la intención de no interferir en el destino de los demás, la sabiduría requiere que tales aspectos se practiquen en pensamiento, palabra y obra.
Extracto de Gerardo Schmedling
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