La muerte. I

Emmanuel


La muerte es como quitarse unos zapatos que aprietan.

Incluso muertos, seguís vivos.

Al morir no dejáis de existir.

Es pura ilusión.

Traspasáis la puerta de la muerte vivos y no se produce alteración alguna de la conciencia.

No os dirigís a ninguna tierra extraña, sino a un país de realidades vivas en el que continúa el proceso de crecimiento.

La vida y la muerte no deberían considerarse términos opuestos.

Se acerca más a la verdad hablar de la muerte como de una entrada y no como de una salida.

Lo que ofrece la puerta de la muerte es el resurgimiento de una vitalidad tremenda, pues pasáis de lo que podríamos definir como una versión aguada de la vida, a la cosa en sí, a la vitalidad de la realidad primigenia.

Si la muerte fuera considerada un lago hermoso y transparente, de aguas refrescantes y abundantes, entonces, cuando una conciencia estuviera a punto de salir de un cuerpo sería como darse una zambullida deliciosa y nadar hacia la otra orilla.

Morir es una agto-regulación.

Es de origen Divino.

No comporta el menor peligro.

El miedo a la muerte es el miedo a soltarse.

Lo mismo que en la vida también en la muerte.

El proceso de morir es siempre gozoso, una vez superado el miedo humano.

Cuando dejamos el miedo a un lado, la muerte se convierte en una aventura excitante.

No hay nada que temer en el universo.

Nada.

Cuando las almas dejan los cuerpos físicos, como ocurre durante la meditación profunda, se produce una luz, una sensación de bienestar, de paz y de saber que estáis ahí en toda vuestra integridad, en toda vuestra individualidad.

No habéis dejado de existir, sino que habéis entrado en otro nivel de existencia más intensa.

Es importante permanecer vitalmente vivos en el proceso de toma de decisiones que se da durante el acto de conclusión final de la vida física.

Se siente una excitación semejante a preparar las maletas antes de emprender un viaje muy esperado.

La muerte es sólo un paso, un momento de liberación.

Morir no es distinto a vivir.

Cuando estéis llenos de una sensación de Yo, sabréis que existís más allá de la muerte.

Uno de los primeros placeres de la liberación es la integración de la imagen del Yo entrando en la Unicidad de todas las cosas, sin perder ni un solo momento su propio yo.

Por mi parte soy, yo mismo, un producto de la experiencia postmortem.

¿Por qué iba a querer nadie permanecer dentro de la realidad física una vez concluida su tarea cuando va acercándose a la Luz?

Pensadlo bien.

A menudo nos resulta misterioso, incluso cuando hemos sido humanos y recordamos lo que es el miedo.

Es difícil captar realmente la tenacidad con la cual se agarra uno a esa forma que se está deteriorando y es inútil, cuando le está aguardando tanto gozo y tanta Luz a la salida.

Siempre estamos esperando a los que salen para darles la bienvenida; de modo que abandonad vuestros cuerpos con los brazos abiertos para recibir el abrazo.

No hay alma que acceda a la realidad primigenia sin que nadie la espere.

Si os fuerais tan de repente que ni os dierais cuenta de la condición de ese momento, necesitaríais ver a alguien con aspecto humano.

Si en ese instante vierais sólo a un espíritu, no os sentiríais tan cómodos.

Algunos de nosotros nos alistamos voluntarios, para proporcionar al alma, en el momento en que queda liberada del cuerpo, un punto de mira que le sirva de orientación en el nuevo estado en el que entra.

Una vez orientada el alma, aparecerán los Guías.

La visión que se tenga dependerá de las creencias de cada uno.

Quizá sea un Buda radiante, o un Cristo radiante o cualquier otra figura sacrosanta, pero siempre habrá Luz.

El alma será entonces conducida al lugar al que debe dirigirse y al cual, en el nivel más profundo de su ser, desea ir.



Extracto de El libro de Emmanuel
Transmitido por Pat Rodegast

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