Tierra, el nacimiento de una nueva promesa.

Ramtha


TERRA, EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA PROMESA

Y el sol aún produjo más hijos. Los arrojó con fuerza y se laceró, pues uno de ellos fue demasiado grande para su vientre. Todos nacieron estériles, y ninguno salió del agrado de los dioses. Ninguno era perfecto hasta que surgió el más pequeño de los hijos del maravilloso sol. Él alzó la vista y miró a las grandes columnas de luz, y su luz se volvió muy pequeña. Y al tiempo que arrojaba a su hijo a la cuna de su órbita, éste salió de su delicado vientre. Este hijo pequeño era una semilla, y estaba sumergido en una aturdida sustancia acuosa. Y he aquí, los dioses lo contemplaron y vieron en verdad el semblante de la madre sol, que había recuperado a su hijo y lo había concebido a su imagen y semejanza, pero esta vez protegido.

Y la gran madre, el sol, había dado a luz a su pequeño hijo, y los dioses lo admiraban con magnificencia. Y mientras el bebé permanecía en su cuna, concentrando las fuerzas de la luz que le permitirían crecer cuando estuviera listo, el sol puso a su bebé en su órbita, pues su pequeño hijo era perfecto. Los dioses admiraron al niño y lo encontraron grandioso, y encontraron en él semejanza a su primera creación.

Examinaron a este hijo y encontraron que la semilla de su superficie era moldeable —era blanda, se movía y cambiaba—, y que la capa acuosa que lo rodeaba recibía toda la luz de la maravillosa madre, el sol, y éste la distribuía equitativamente sobre su hermoso hijo. Y los dioses lo admiraron y encontraron en él una creatividad maravillosa.

Y uno por uno, los dioses tomaron su estandarte y emanaron la perfección de la luz que habían emanado en Malina. Y he aquí que apareció la primera hierba. Pero cuando el pensamiento atravesó la capa luminosa —lo que se llamó el estrato acuoso—, y penetró en el hijo, traspasó el cariño amoroso del sol, que estaba impregnado en toda su esfera. Y cuando la semilla fue concebida se convirtió, en verdad, en plantas y hierba, y la afirmación de lo que se llama luz oxigenada, que tenía todas las partículas de la vida en un entendimiento tridimensional.

Dios había emanado de su ser la maravillosa hierba. Con el pensamiento llegó la vida, cuando éste atravesó al hijo, y en verdad penetró y se estableció perfectamente como conductor de la medida de ese entendimiento. Y nació la hierba, pero de un color que aquel dios nunca había visto, pues se asemejaba a la fracción de luz de la esfera en la cual había evolucionado ahora. Había tomado un matiz llamado, en verdad, verde según tus palabras, pero no brillante, sino oscuro.

He aquí que la hierba se manifestó en todas sus especies, y el dios estaba jubiloso. Este hijo era maravilloso en la manera como producía. Y nació otra creación, él tomó la semilla de una planta y estableció otra planta maravillosa. Ésta nació y su dios la admiró, y estaba jubiloso, pues tenía un nuevo color. Y otro dios se adelantó, arrancó una hoja y la partió en dos, y cuando la planta surgió de nuevo ésta era del mismo color, pero única y diferente, como el dios que la hizo, y así continuó la creación.

Y llegó otro dios que le dio vida, y así fue en verdad, a lo que se llamó el animal. Y el animal en su forma más baja y concentrada, se convirtió en una entidad individualizada en su forma perfecta incluso en sus comienzos. Y aunque el animal estaba ahí, no tenía movilidad. Y la entidad, que deseaba que éste tuviera movilidad, vio que era algo inerte, como la planta. Y el dios que creó el animal lo examinó, y vio que no hacía nada.

Era en esencia una gota de algo. Y el dios se convirtió entonces en parte del animal, para ver la vida en movimiento, para hacerla única. Y cuando lo hizo le dio el aliento de su vida, su esencia, su Espíritu y su alma. Y el animal cobró vida. Y los órganos del animal no estaban diseñados para digerir luz o pensamiento; era una sustancia lo que tenía que digerirse. De este modo el animal se comió toda la hierba, devoró las dos especies de plantas, y de-sapareció todo menos el animal.

Las tiernas plantas fueron creadas de nuevo, una por una. Ahora, nunca ha habido dos plantas en tu reino que hayan sido iguales. Todas son diferentes, todas. Lo que el dios estaba aprendiendo aquí era que podía consumir una planta y producir otra, y otra aquí, y el animal las consumiría. Pero cuando sólo quedó una, éste también la devoró.

Y este dios, que estaba aprendiendo a darle el aliento de su luz a su planta y no había aprendido a hacer la planta más grande o más intrincada, se quedó perplejo y el animal se volvió hambriento. Así él creó más plantas, y le otorgó el pensamiento a dos áreas más, que cubrió completamente de plantas perfectas e individuales. Y he aquí que quien había creado el animal ya estaba creando otro, y otro más. Los animales empezaron a comerse las plantas, y el dios que estaba creando su propia planta maravillosa tenía que recrearla inmediatamente, al igual que todos los demás dioses que también estaban creando plantas. Otros empezaron a crear los musgos. Pero todas las plantas estaban desprovistas de semillas, y los animales siguieron devorándolas.

Observemos a los creadores de las plantas: ellos estaban guardando la compostura en el señor de su ser ante la destrucción que estaba sucediendo. Este era un problema de lo más complejo para ellos, pues ellos ya habían aprendido y se habían convertido en las plantas, y sabían lo que era ser devorado por el animal. Debían experimentarlo, y de esta manera lo hicieron. Ellos se convirtieron en la tierna planta y fueron arrancados o destrozados por el animal en su proceso natural. Era la cosa más despreciable, ser masticado y tragado en medio de una gran convulsión.

Ahora Dios, viendo esto, ideó que si el aliento de la vida se le daba al animal para que tuviera movilidad, entonces, debería de haber algo que se les diera a las plantas para protegerse. Así, Dios se convirtió en la planta y le aplicó un pensamiento permanente, y el pensamiento en la planta se llamó la semilla. Y la semilla se reproduciría por sí misma para siempre. El hizo esto con cada planta, así la semilla de cada una sería consumada para siempre. Y después de aplicar el pensamiento perfecto en la planta, el animal vino y la devoró. Cuando ésta atravesó lo que se llama el aparato digestivo del animal, para ser procesada y hacer que éste aumente en su masa, la semilla salió mezclada con lo que vosotros llamáis estiércol, sin haber sido contaminada por el animal. Y en el estiércol, la semilla comenzó a crecer otra vez, y surgió una nueva planta. Dios estaba jubiloso, todas las plantas se crearon a partir de su semilla, y muy pronto aquel que había creado su planta partiendo de una simple hoja también le dio su semilla.

Y otros que estaban haciendo que sus plantas se convirtieran en flores, lo hacían para que sus semillas fueran más hermosas que las que yacían en el estiércol. Así todos ellos, gracias al proceso de cada dios individualizado creando su propio estilo individual y maravilloso, dieron a la semilla un matiz, un color y una disposición tentadoras, para que su maravillosa creación nunca más fuera destruida.

Ahora estaban todas floreciendo, y tan pronto como el animal consumía y digería la planta, la semilla se expulsaba con el excremento y crecía otra vez, pues en la capa acuosa que en verdad rodeaba vuestra hermosa Tierra, la temperatura —lo que se llama la temperatura favorable de esta matriz—, era la misma por todo tu mundo.

Y la luz, la maravillosa madre, dio a este mundo una luz que lo rodeaba totalmente, y así la Tierra no conocería la oscuridad. Era una continuidad de su luz, que usando la superficie del agua como conductor, era transportada completamente por toda la Tierra. En el momento en que brotaba la semilla, ésta aún estaba impregnada en el estiércol. Tenía la temperatura y la luz necesarias para reproducirse rápidamente. De esta manera, el pensamiento estaba brotando instantáneamente en todos los lugares. Y todos los dioses, tomando las plantas en su mano, estaban revisando, y así fue en verdad, la flora, los maravillosos olores y toda la creación; no para destruirse unos a otros, sino para hacer a cada uno único e individual, y así ser siempre recordados.


EVOLUCIÓN DE LOS REINOS ANIMAL Y VEGETAL

Ahora, los animales: aquel que inventó el primer grupo les dio su aliento de la vida. Otros comenzaron a diseñar nuevos grupos de animales. Muy pronto había más animales que plantas. Y antes de que crecieran los brotes de las plantas, los animales ya estaban hambrientos. Y un dios, viendo esto, que todos tenían suficientes animales, inventó un animal, y así fue en verdad, que comía otros animales. Con todo esto, los animales no tenían semilla, pues no lo habían aprendido de las plantas. Y así, se creó uno con grandes colmillos. Cuando éste tomó forma, el dios en su ser le dio el aliento de su vida y permaneció con él, hasta que sintió hambre. El animal comenzó a invadir los límites de los otros y a devorar a aquellos que comían plantas. Y en un espasmo aquello que era un animal dejaba de existir y llenaba la barriga del otro.

Tú podrías ver esto y horrorizarte. ¿Dónde habían ido estos animales? Todo lo que quedaba eran las tripas, y nada más. Así, el dios que había creado el primer animal empezó a contemplar a este nuevo animal en acción, y lo vio comerse a los otros. Y cuando todo había sido devorado por aquel enorme animal, éste creció más y más. El que se había comido a todos los demás se había quedado ya sin comida; y empezó a buscar más, pues no le gustaban las plantas; de este modo las plantas comenzaron a florecer e invadieron todo, mientras el animal yacía jadeando y a punto de perecer.

Y aquel dios contempló esto, y por medio de su pensamiento dio vida de nuevo a un animal perfecto e hizo copias de este. Muy pronto el gran monstruo recuperó su fuerza lo suficiente como para atacarlos y comérselos de nuevo. El dios, viendo cuál era el proceso de esta forma inferior de creatividad, volvió a crear su animal, y creó permanentemente en él un órgano controlado por otros dos, llamados glándulas, que estimularan su semilla. Pero él no encontraba una manera por la cual transmitir la semilla, para que ésta creciera como crecían las plantas, excepto a través del gran animal.

El dios diseñó la semilla del animal para que ésta saliera, y el animal, en verdad, produjo su semilla y la arrojó, poniendo un gran huevo. Dentro del huevo había una semilla fértil, y el animal colocó el huevo en el suelo caliente; ahí éste empezó a incubarse. Cuando el huevo se abrió, he aquí que había nacido otra idea única, en un modo de entendimiento primitivo. Cuando el dios miró a su creación estaba exuberante, pero vio, desafortunadamente, que la criatura en el huevo era exactamente igual al animal, y no había ninguna diferencia. El dios miró a las plantas y vio musgos, flores y plantas, de todos los colores y olores, y vio que su pequeño animal no tenía forma individualizada, porque estaba produciendo su misma identidad.

El animal grande llegó y se tragó al otro animal antes de que éste hubiera podido desovar. Mientras sucedía el ataque y la carnicería, el dios que había creado al primer animal miró al más grande a los ojos y lo encontró espantoso; entonces creó otro animal para defender a éste, y al mismo tiempo mejorarlo.

Así, él le dio vida a un animal, miró la boca del gran monstruo e hizo la boca de este otro más larga. Y vio la aleta en la espalda de este monstruo —pues su diseño no era muy inteligente—, e hizo el suyo con un cuerpo monstruosamente grande, fuertes piernas y una gran cola para equilibrarlo y así tener poder sobre el otro. Y como dioses que eran, una entidad estaba devorando a la otra mientras ésta se reinventaba y se fabricaba. De este modo nació un animal cuyo aspecto fue de lo más monstruoso y desagradable. Y el animal que estaba siendo fabricado era aún algo inerte, hasta que el dios penetró en él y le dio el aliento de la vida, su alma y su Espíritu, dándole así la orden de devorar a aquella cosa.

La enorme criatura se precipitó, pues sintió hambre, y comenzó a devorar a la otra. Poco después sobrevino una batalla, y el dios conoció la guerra entre la creación. Él era ahora parte de la batalla por la supervivencia de esta criatura. Y el dios experimentó el ímpetu de la guerra sobre otra criatura, y muy pronto su creación evolucionada había abatido al despreciable animal. Se dio la vuelta y creó otro que tuviera una forma individualizada y que fuera más pequeño, así pondría en él la semilla del más grande, entre las dos glándulas. De este modo formarían una pareja.

Y los dos, a través de la copulación, comenzaron a experimentar la extensión del uno con el otro, y los dioses vieron el patrón único de cada uno extenderse en el huevo, que fue enterrado por el más pequeño. Y cuando nació el hijo, era espléndido. Era diferente, más grande, tenía más dientes, era superior a sus dos padres.

Ahora otros dioses estaban creando animales y gracias a este entendimiento, crearon sus parejas con el mismo patrón de individualidad, que viviría para siempre en los dos. En este punto de la creación lo que sucedió es que cada dios estableció por sí mismo su maravilloso patrón en la vida, y lo lanzó para que éste pudiera vivir.

Aquel momento de la primera descarga eléctrica —el primer relámpago—no se había olvidado fácilmente, era temido y respetado por todos los dioses. Y mientras se sentían intimidados por los animales de los otros invadiendo sus propias creaciones, seguían creando animales más grandes, con más dientes, más viles y más ágiles, meramente para defenderse de la creación del otro. Aquello se había convertido en una guerra sangrienta.



Extracto de: Los orígenes de la civilización humana - Ramtha

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