Los peligros de la concentración.

Annie Besant


Existen ciertos peligros relacionados con la práctica de la concentración, respecto de los cuales hay que prevenir a los principiantes, pues muchos estudiantes, ansiosos en su deseo de avanzar mucho, van demasiado de prisa, y así se crean obstáculos en lugar de mayores facilidades. El cuerpo puede llegar a perjudicarse debido a la ignorancia y falta de cuidados del estudiante.

Cuando un hombre concentra su mente, su cuerpo se pone en un estado de tensión que él nota y que es involuntario en lo que a su intención concierne; esta clase de relación de la mente y del cuerpo puede observarse en muchas cosas triviales: un esfuerzo para recordar algo ocasiona arrugas en la frente, los ojos se fijan y las cejas descienden; la atención firme es acompañada por fijeza de los ojos; la ansiedad por una mirada vehemente y atenta. Durante edades el esfuerzo de la mente ha sido acompañado por el esfuerzo del cuerpo, pues habiendo estado dirigida la mente por completo a suplir las necesidades del cuerpo por medio de esfuerzos corporales, ha establecido así una asociación que obra automáticamente.

Cuando se principia la concentración, el cuerpo, siguiendo su costumbre, sigue a la mente y los músculos se ponen rígidos, y tirantes los nervios; de aquí que un gran cansancio físico, un agotamiento muscular y nervioso, un dolor agudo de cabeza, pueden seguir a los esfuerzos que se hagan; y así la gente es inducida a renunciar a tal ejercicio creyendo que estos malos efectos son inevitables. Es un hecho positivo que puede evitarse con una simple precaución. El principiante debe de vez en cuando interrumpir su concentración, lo suficiente para observar el estado de su cuerpo, y si lo encuentra cansado, tirante o rígido, debe abandonarla en el acto; cuando esto se ha hecho varias veces, los lazos de asociación se romperían y el cuerpo permanecerá flexible y descansando mientras la mente esté concentrada. Pantanjali dice que en la meditación la postura que se adopte debe ser "cómoda y agradable", pues el cuerpo no puede ayudar a la mente con su tensión y se perjudica.

Quizás una anécdota personal no será permitida como ilustración del caso. Un día, mientras me hallaba bajo la educación de H.P.Blavatsky, me indicó que hiciese un esfuerzo de voluntad; lo hice muy intenso, y con el resultado de una gran hinchazón de los vasos sanguíneos de la cabeza.

"Querida mía - dijo secamente -, no se quiere con los vasos sanguíneos". Otro peligro físico proviene del efecto producido por la concentración en las células nerviosas del cerebro. A medida que aumenta el poder de la concentración, a medida que la mente se aquieta y el Ego principia a obrar por medio de la misma, pone de nuevo a prueba las células nerviosas del cerebro. Estas células por supuesto, están constituidas fundamentalmente por átomos, y las paredes de estos átomos consisten en espiralillas a través de las cuales pasan las corrientes de energía vital. De estas espiralillas hay siete series, de las cuales sólo cuatro están en el uso; las otras tres están aún sin usar; son prácticamente órganos rudimentarios. A medida que las energías superiores descienden, buscando un contacto en los átomos, la serie de espiralillas que, adelantando la evolución, les servían de canal, son forzadas a entrar en actividad.

Si eso se hace muy lenta y cuidadosamente, no resulta perjuicio alguno; pero la demasiada presión significa un daño para la delicada estructura de las espiralillas. Estos tubos diminutos y delicados, cuando no están en uso tienen sus lados en contacto, como tubos de suave goma elástica; si los lados son separados violentamente, puede resultar una rotura. Un sentimiento de torpeza y pesadez en todo el cerebro es la señal de peligro, si ésta se descuida, sobrevendrá un dolor agudo, seguido, quizá de una inflamación persistente. La concentración debe, pues, practicarse al principio con mucha parsimonia, y jamás debe llevarse hasta el punto del cansancio cerebral. Unos pocos minutos en cada vez es suficiente para principiar; tiempo que se debe alargar gradualmente a medida que se continúa la práctica. Pero por poco que sea el tiempo que se dedique a ello, debe hacerse con mucha regularidad; si se deja pasar un día de práctica, el átomo vuelve a su estado anterior y hay que comenzar de nuevo el trabajo.

Una práctica regular constante, y no prolongada, asegura los mejores resultados y evita los peligros. En algunas escuelas de la llamada Hatha Yoga, se reco una pared blanca, y sosteniendo la fijeza de la mirada hasta que sobrevenga el estado de trance.

Ahora bien: hay dos razones porque esto no debe hacerse. Primeramente, tal ejercicio, después de cierto tiempo, daña la vista, y los ojos pierden su poder de ajustamiento; y segundo, ocasiona una clase de parálisis cerebral. Esta principia con el cansancio de las células de la retina; así es que las ondas luminosas chocan en ella y que el punto desaparece de la vista, porque el sitio de la retina donde se formaba la imagen de aquél, pierde la sensibilidad a causa de una respuesta prolongada.

Esta fatiga se extiende hacia adentro hasta que por fin sobreviene una especie de parálisis, y la persona pasa al estado hipnótico. En una palabra: el estimulo excesivo de un órgano de los sentidos es en Oriente un medio reconocido para producir la hipnosis, usándose con este objeto el espejo giratorio, la luz eléctrica, etcétera. Pero la parálisis del cerebro no solo detiene todo pensar en el plano físico, sino que hace el cerebro insensible a las vibraciones no físicas, de suerte que el Ego no puede impresionarlo; no pone en libertad al Ego, sino que solamente le priva de su instrumento. Un hombre puede permanecer semanas en un estado de trance provocado de este modo; pero cuando despierta no se encuentra más sabio que al principio del mismo. No ha adquirido conocimiento, sino que simplemente ha perdido el tiempo. Semejantes métodos no dan poder espiritual, sino que solamente producen incapacidad física.



Extracto de El poder del pensamiento
Annie Besant

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