Viendo la vida con nuevos ojos.
Varios/Otros
Durante los primeros meses después de salir del hospital, me sentía eufórica, como si estuviera permanentemente bajo alucinógenos. Todas las cosas y personas me parecían hermosas; había magia y me maravillaba con el más mundano de los eventos u objetos, por ejemplo, los muebles de mi sala, que habían estado con nosotros durante varios años sin que me parecieran de ningún modo especiales. Después de volver a casa, vi la belleza en el trabajo de la madera que antes no había notado y era capaz de sentir el trabajo que llevó su elaboración. Me maravillaba el hecho de ser capaz de manejar mi carro nuevamente (lo que no pude hacer en los últimos 8 meses con el cáncer). Estaba asombrada por mi habilidad para coordinar mis manos, ojos y piernas para manejar por las calles. Estaba encantada con el cuerpo humano y la vida misma.
A medida que pasaban los meses, empecé a sentir que necesitaba hacer algo con mi vida nuevamente. Pero pensar qué sería lo que yo quería hacer, era sobrecogedor. No sabía por dónde empezar a recoger los pedazos. El mundo no era el mismo lugar que yo había dejado atrás. Había pasado los últimos 4 años sufriendo la enfermedad. Durante ese tiempo, me enfoqué por completo en ella. Pasé años leyendo, estudiando y aprendiendo cada cosa que podía sobre el cáncer. Mi único propósito giraba en torno a mi enfermedad y en tratar de curarme. De alguna manera, me había identificado más como alguien que tenía cáncer en lugar de alguien que tenía vida. Y ahora se había ido. ¿Qué iba a hacer con el resto de mi vida?
Antes de mi diagnóstico, yo era totalmente independiente. Sin embargo, durante el tiempo que estuve enferma quedé completamente dependiente de Danny y de los otros miembros de mi familia. Apenas me recuperé, todos resumieron sus respectivas labores. Danny volvió al trabajo, mi madre y hermano volaron de regreso a casa y yo me quedé tratando de descubrir qué quería hacer con mi vida.
No me podía imaginar volver a ser un Agente de Reubicación. Había dejado mi puesto después de mi diagnóstico e incluso, había hecho la entrevista a la persona que me reemplazó. No había trabajado en los últimos 4 años ya que estaba inmersa en el manejo de la enfermedad. Pensar en volver al trabajo ahora, me parecía extraño y me di cuenta que yo era diferente.
Me sentía como si no pudiera entender a nadie a mi alrededor -o más exactamente, que los demás no me podían entender a mí. Si pensaba en volver al trabajo, no podía imaginarme qué quería hacer. Ya nada me parecía correcto. Me parecía que yo no encajaba con la gente de este planeta y sus valores. Mis prioridades habían cambiado y descubrí que yo no estaba interesada en el trabajo de oficina, reportándole a alguien o ganando dinero para otros. No estaba interesada en meterme en la red, ni salir con amigos que querían relajarse después del trabajo, ni tener que ver con las horas pico de la mañana o la tarde, ni tener que manejar a la ciudad para ir al trabajo. Así que por primera vez desde que tuve mi ECM (Encuentro Cercano a la Muerte), me sentía perdida… y sola.
Era cada vez más difícil sostener una conversación sobre eventos cotidianos. Mi rango de atención para esos temas parecía acortarse y mi mente vagaba aún cuando estaba hablando con amigos.
Perdí por completo el interés en lo que estaba pasando con el mundo de la política y las noticias y aún en lo que mis amigos estaban haciendo. Sin embargo estaba absorta en la puesta del sol en el horizonte mientras me sentaba en la playa gozando un cono de helado, como si estuviera experimentando la belleza de este mundo, por primera vez. La belleza de la puesta del sol y su reflejo naranja en el agua mientras sentía la arena mojada bajo mis pies y en mis dedos, me llenaba de asombro de una manera que no había sentido nunca antes. El sabor del helado cremoso de chocolate belga en mis papilas gustativas me hacía sentir como si ¡lo estuviera probando por primera vez!
Vi la divinidad en cada cosa –cada animal e insecto. Desarrollé un interés mayor en el mundo natural de lo que había hecho antes. Ni siquiera podía matar los mosquitos que zumbaban a mi alrededor. Ellos eran formas de vida y necesitaban ser respetados como tales. Ellos tenían un propósito para existir; yo no sabía cuál era, pero simplemente sabía que lo tenían de la misma manera que yo lo tenía.
Cada mañana, me levantaba queriendo explorar el mundo de nuevo. Cada día era una aventura fresca. ¡Quería caminar, manejar, explorar, sentarme en las colinas y en la arena y simplemente tomar así la vida! También estaba profundamente interesada en el ambiente urbano y en reconectarme con él como si fuera nuevo. Pasé tiempo explorando mercados, gozando el paisaje de la ciudad y contemplando la belleza de las siluetas de los rascacielos iluminados con luces de neón, admirando la gran eficiencia de nuestro sistema de transporte público y la increíble construcción de los puentes que se extendían sobre el agua para conectar las islas que conforman Hong Kong. ¡Todo esto me maravillaba!
El encanto de cada día me hacía sentir como si acabara de nacer. Era como si hubiera entrado al mundo como un adulto, aunque acabara de nacer, el 3 de febrero de 2006.
Al mismo tiempo, me sentía incapaz de reconectar con muchos de mis viejos amigos a quienes intentaba ver para almorzar o tomar un café. Todos estaban ansiosos de ponerse al día conmigo, pero la mayoría no entendían qué tan profundo me había cambiado esta experiencia. Me sentía intranquila e impaciente en eventos sociales. No me podía quedar quieta por mucho tiempo, ni participar en conversaciones sobre temas mundanos.
Sentía que la gente había perdido su habilidad para ver la magia de la vida. No compartían mi entusiasmo y fascinación por lo que me rodeaba -o simplemente, por estar viva. Parecían enfrascados en la rutina y su mente estaba en lo que tenían por hacer. Era exactamente igual a como era antes de mi ECM. Todos estaban tan enfrascados en eso, que habían olvidado cómo disfrutar simplemente el momento presente.
Pero más que todo, presentía que algo maravilloso estaba a punto de suceder. Sentía que había un propósito mayor en la experiencia que acababa de tener. A pesar de esta gran emoción en mi interior --el sentimiento de encontrarme al borde del abismo, en medio de una gran aventura-- no sentía que tenía que hacer nada o perseguir algo, para que esto sucediera. ¡Sólo tenía que ser yo misma, sin ningún miedo! De esta manera me estaría permitiendo ser un instrumento del amor.
Entendía que esto era lo mejor que cualquiera de nosotros podía hacer o ser, tanto para el planeta como para nosotros mismos.
Desde que tuve consciencia de esto, los problemas ya no parecían tan grandes. Creía que las personas se tomaban la vida y sus problemas demasiado en serio –lo cual era lo que yo solía hacer.
En el pasado me sentía atraída hacia los dramas de los demás y hacia los míos. Pero luego de mi ECM, sólo me sentía bendecida por estar viva y por tener una segunda oportunidad para expresarme aquí. Ya no quería desperdiciar ni un minuto de la gran aventura. Quería ser Yo Misma, al máximo, y ¡saborear cada minuto delicioso de estar viva!
Realmente no deseaba hundirme en lo mundano, ni en los problemas menores, ni en temas tales como el futuro, el dinero, el trabajo, el manejo de la casa y los asuntos domésticos. Todas estas cosas me parecían de alguna manera tan pequeñas, especialmente porque yo tenía confianza en el proceso y podía sentir que se estaba desarrollando ante mí.
Parecía importante pasarla bien y reír. Sentía una liviandad que era completamente nueva para mí y reía con facilidad. Gozaba con la compañía de aquellos que querían hacer lo mismo.
Cuando tenía conversaciones sobre enfermedad, política y muerte, mis puntos de vista eran tan radicalmente diferentes, debido a mi experiencia, que simplemente no podía involucrarme en esos tópicos. Empecé a darme cuenta que mi habilidad para juzgar y discernir se habían “debilitado”. Ya no era capaz de hacer distinciones definidas entre lo que era bueno o malo, correcto o incorrecto, porque yo no fui juzgada por nada durante mi ECM. Sólo hubo compasión y el amor era incondicional. Todavía lo sentía por mí y hacia todos a mi alrededor.
Caí en cuenta de que únicamente sentía compasión por todos los criminales y terroristas en el mundo, lo mismo que por sus víctimas. Entendí de un modo que nunca antes había experimentado, que para que la gente cometiera tales actos, ellos realmente debían estar llenos de confusión, frustración, dolor y odio hacia sí mismos. Una persona feliz ¡nunca llevaría a cabo tales actos! Las personas que se aman a sí mismas, son una dicha de tenerlas cerca y ellas sólo comparten su amor incondicionalmente. Para ser capaz de cometer tales crímenes, alguien tenía que estar (emocionalmente) enfermo –de hecho, muy parecido a tener cáncer.
Sin embargo, observé que aquellos que tienen este tipo particular de “cáncer mental” son tratados con rencor en nuestra sociedad, con muy poquitas oportunidades para recibir ayuda práctica, con lo cual sólo se reafirma su condición. Al tratarlos de esa manera, nosotros sólo permitimos que el “cáncer” en nuestra sociedad crezca. Pude observar que no hemos creado una sociedad que promueva la sanación mental tanto como la física.
Todo esto significaba que yo ya no era capaz de ver el mundo en términos de “nosotros” y “ellos” –o sea víctimas y victimarios. No existe “ellos”, es sólo “nosotros”. Todos somos Uno, producto de nuestra propia creación, de todos nuestros pensamientos, acciones y creencias. Aún los victimarios son víctimas de su propio auto-odio y dolor.
Ya no vi la muerte de la misma manera que los demás la veían, por lo cual era muy difícil para mí sufrir por la partida de alguien. Por supuesto, que si alguien cercano a mí moría, estaba triste porque lo extrañaba; pero no sufría por el difunto porque sabía que ¡él había trascendido a otro reino y que estaba feliz! No es posible estar triste allá. Al mismo tiempo sabía que su muerte había sido perfecta y que todo se desenvolvía en la forma que era la perfecta, dentro del tapiz mayor.
Debido a que mis puntos de vista habían cambiado radicalmente, me volví cuidadosa para expresar mis opiniones, ya que no quería ser malentendida. Sabía que era difícil para los demás entender conceptos tales como que no había juicio después de que morimos, aún para los peores terroristas. Aún para ellos, yo percibía solo compasión, total entendimiento y claridad de por qué habían actuado de esa manera. En un nivel más mundano y con los pies en tierra, también supe que no iba a haber ningún juicio esperándome en la otra vida, si no escogía un dogma religioso o cultural que yo presintiera inadecuado para mí.
Por lo tanto, poco a poco, buscaba principalmente mi propia compañía, a menos que estuviera con Danny. Me sentía a salvo con él, sabía que él no me juzgaba. Mi esposo había estado conmigo durante toda mi jornada y era uno de los pocos que me entendía. Él me escuchaba pacientemente mientras yo le hablaba de mis sentimientos y pensamientos y me ayudaba a descubrir todas las emociones nuevas.
Constantemente, sentía la necesidad de hablar sobre mi experiencia, para tratar de encontrarle sentido a lo que había pasado, para desenrollarlo todo y Danny me animaba a escribir y sacar mis sentimientos. Empecé a escribir y continué haciéndolo. Escribí en foros y en sitios en la red, lo cual fue muy terapéutico a medida que avanzaba en este nuevo mundo.
CAPÍTULO 12 - VIENDO LA VIDA CON NUEVOS OJOS
Extracto del Libro: “MUERO POR SER YO” de ANITA MOORJANI (Mar/2012)
Traducción libre y gratuita al español de mi esposa y revisión mía (Sep/2012)
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